www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 3/3
 
Y sin embargo, se mueve: la antinovela de Juan Abreu
'Cinco cervezas', el último libro publicado por este escritor cubano, está en contra de los tópicos de la pornopolítica de la nueva literatura cubana.
por RONALDO MENéNDEZ, Madrid
 

Se trata de una lectura de la náusea, que provoca náuseas. Una lectura de la debilidad humana, que nos hace sentir débiles. Flannery O'Connor dijo: (En literatura) no se puede crear opinión con opinión. Y este libro no sólo crea opinión con una hemorragia de opiniones, sino que zarandea, hace reír, indigna, asusta, desbasta.

No voy a incurrir en la miopía (reminiscencia de la fábula del traje del emperador desnudo) de apoyarme en su deliberada des-literalización para reivindicar su bad painting del costumbrismo ideológico insular. Su mala escritura, aunque 'bien escrita', me estorba. De la misma manera que su intrascendente protagonista, muy poroso para el olvido, me resulta paradójicamente memorable.

¿Cómo no recordar a esta suerte de Frankestein del desarraigo, grosero y sincero? ¿Cómo eludir sus alusiones? ¿Cómo evitar ir línea a línea dejándonos hamacar por la lona áspera, el hule, el trapo sucio de sus palabras? Las Cinco cervezas de Juan Abreu, si hubiera sido una novela, entroncaría en la oportunista tradición del neorrealismo-(anti)socialista-sucio-costumbrista-insular que permite ganar mucho dinero a algunos escritores y editores. Se trata de un espécimen extremo, ciertamente novelado, pero en su mayor parte de panfletaria honestidad antinovelística. Se trata de un escupitajo de más de doscientas páginas, que incurre en los tópicos, pero está en contra de los tópicos de la pornopolítica de la nueva literatura cubana.

Impone una lectura ética por encima de su componente estético. Más aun, a partir de cierto punto muy al inicio, cualquier lector comprende que el foco de interés gira en torno a su necesidad de medirse en lid con las opiniones del protagonista. Más que prescindibles son los poemas pegados al final del libro, en un intento por estirar la perspectiva donde el protagonista critica al autor.

Desequilibrado y poco interesante resulta el desenlace del personaje-fantasma de Rafaela, pues como no hemos podido 'sentirla' (ni siquiera mirarla) a lo largo de la lectura, poco nos importa su tragedia y sí nos apabulla el patetismo con que la narra el protagonista.

Estamos ante un libro que arriesga hasta el límite la concurrencia del lector. Que lo diga Borges: "Víctor Hugo (Gabriel Torres), che, ese gallego insoportable, el lector ya se ha ido y él sigue hablando". Su apuesta y su triunfo cuentan con una sola carta: el espejo del desengaño a través del 'hilo conductor de la cerveza' que guía al protagonista. El resto de la baza, todas las cartas del juego del 'ser novelable', han sido lanzadas alegre e insolentemente por el aire.

No obstante, si alguien llevara a su autor a ver las siniestras herramientas que una vez vio Galileo, estoy seguro de que Juan Abreu, tras salir del aprieto, podría mascullar con sonrisa socarrona: E per si muove. Y sí: el libro se salva porque, misteriosamente y a pesar de todo, se mueve.

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