www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/2
 
'Posesas de La Habana' y de la época
La última novela de Teresa Dovalpage: Un retrato amargo y violento de la Cuba de hoy a través de las voces de cuatro generaciones de mujeres.
por MIGUEL CORREA MUJICA, Miami
 

En el último capítulo, que protagoniza Beiya —de la generación de la revolución e "hija del período especial"—, no queda espacio para la compasión o la piedad: la niña es un ser terrible que ha aprendido las estrategias, los trucos, las maquinaciones, para sobrevivir en la Cuba actual. La vida tiene otras reglas para los cubanos en la Isla, y Beiya las conoce a la perfección.

De unos once años, Beiya es el producto de la generación más desposeída y desvalorizada: la de la revolución. Su condición de receptáculo final de la marginación la hace experta en las técnicas de supervivencia. A Beiya sí que no hay quién le haga un cuento. La niña está capacitada, como ningún otro personaje, para manipular las circunstancias a su favor y subsistir en medio de las plagas.

El lector experimenta una violenta sacudida cuando afloran las aspiraciones más sublimes del personaje: la posibilidad de que alguien en su familia se convierta en jinetera ("una que se abra en dos la cachemira"), tener una madre que se vaya a "buscar pepes al Malecón", unos cuantos chocolates y un litro de leche… Beiya lamenta que no haya "ni un salao macho en la familia", pues los machos son los que "traen fulas y buena jama para sus casas".

La niña conoce en qué dirección giran las ruedas dentadas de esa sociedad donde el destino o los dioses la tienen condenada. Ella roba a sus familiares (ni siquiera los vínculos sanguíneos la detienen) sin el menor pudor, decoro o asomo de culpabilidad. Como todo es siniestro, siniestra será también su conducta.

Beiya es el personaje más auténtico de la novela, quien mejor describe el mundo que le rodea. Su discurso lleva el sello de la transgresión y la impudicia, también de la autenticidad y el desamparo. Carga con la sabiduría, la marginalidad y el desencanto de tres generaciones anteriores. Cuando se lee su larga arenga, uno se da cuenta de que ha dicho toda su verdad, todo su dolor, sin eufemismos ni vacilaciones, ni la menor reticencia.

Por ella nos enteramos de que fue cierta la infidelidad de Esteban hacia mami Barbarita, que también es un hecho la prostitución masculina y homosexual de Erny, que la vida es "un televisor en colores" y un poco "de jamón Tulip", y también de las razones por las que su madre Elsa no encuentra marido.

Gritos de los condenados

El lenguaje de Posesas… es violento y obsceno a ratos, pero cuestiono que exista otra manera de expresar el clamor y la furia de unos personajes —y de un pueblo— con quienes se han ensañado unas circunstancias y una época. Tal vez sea ese lenguaje, agresivo y terrible, el único capaz de reflejar los gritos que emiten las víctimas de ese cruel (y ya excesivamente prolongado) experimento.

La novela no es sólo un análisis sobre los estragos que la amoralidad y el desamor pueden ocasionar en la conducta humana, es también un manual de instrucciones dirigido a quienes quieran conocer cómo se las arreglan los cubanos en la Isla, cuyo centro gravitacional —como el de esos enormes black holes— no permite que salgan siquiera los gritos de los condenados.

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