www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 2/2
 
Bienaventurados los que puedan escuchar
El disco 'Boomerang', de Habana Abierta: Un llamado a despertarnos en el mañana de la música cubana.
por ENRIQUE DEL RISCO, Nueva Jersey
 

Podría continuar la enumeración, si no infinita al menos abrumadora, pero prefiero que el lector las descubra por sí mismo cuando se desdoble en feliz oyente del disco.

En el CD hay para todos los gustos, con la sola exclusión de los sordos de espíritu y otras sectas afines. Si se trata de exprimirnos la adrenalina, ahí están números trepidantes como Lo bueno no sale barato, Como soy cubano y Chocolate con churro; si se busca algo más melancólico (eso sí, una melancolía caribeña, siempre tan lejos de la melancolía andina, por ejemplo) allí están El gato y el ratón y Una broma seria; quien busque la palabra punzante y de doble filo, la encontrará paseando, inquieta como siempre, entre los versos de Basta que lo digas tú y Asere ¿qué volá?

Son, rap, cumbia, jazz, cha-cha-chá, samba, funk, timba, reggae, conga adoban las canciones en diferente proporción, pero (y eso es lo que importa) con óptimo resultado. Y ahí está el detalle: todo este material es mezclado y reinventado, sin caer en esas amalgamas insulsas llenas de buenas intenciones que empapelan tantos infiernos musicales. Compositores, arreglistas, músicos y los productores Nat Chediak, Pedro Blanco y Alaín Pérez parecen haberse confabulado al conjuro de una contundente voluntad creativa. No hay espacio allí para lo gratuito o lo banal, como no lo hay para el artificio desmedido y redundante.

Coda cubana

Quizás la clave de la alquimia de Boomerang esté en las palabras con las que Nat Chediak, en la presentación del disco, encomia la participación de Alaín Pérez, (multiplicado en las labores de productor, arreglista de la casi totalidad del disco e intérprete de siete instrumentos distintos): "No conozco otro cubano que —expuesto a la música del mundo entero— ame más la de su país natal".

Otro tanto se puede decir del resto de los protagonistas del disco, incluido el propio Chediak. Se trata de un disco profundamente cubano, aunque su epidermis contradiga una visión de lo cubano no menos epidérmica. Eso me hace pensar en cierta frase de Ortega y Gasset cuando decía que la "patria es lo que encontraré mañana, al despertarme, nunca lo que dejo atrás cuando me duermo".

Boomerang es, entre tantas otras cosas, un llamado a despertarnos en ese mañana de la música cubana, a abrirnos a sus tantas posibilidades, en lugar de intentar vivir sólo del recuerdo de esplendores antiguos; aunque ese mismo recuerdo no deje de acompañar a Habana Abierta, incluso en el cuerpo viejo y el alma sabia del antiguo director de la orquesta de Tropicana, Don Bebo Valdés.

Y todo dicho con la levedad que mejor define a los cubanos, con la picardía con que aquellos surrealistas primitivos, que eran nuestros antiguos soneros, perseguían sus amores y disimulaban sus odios. Y con esa alegría burlona en la que los cubanos usualmente se sumergen como sucedáneo de la felicidad.

Es cierto que lo cubano puede ser grave y reaccionario, como se ha demostrado hasta la saciedad cuando, por ejemplo, nos disfrazamos de redentores. Boomerang, no obstante, toma partido decidido por la otra cara, la que nos libera de la obligación de seguir siendo siempre los mismos, quizás el mejor legado que pueda ofrecer la tradición de tantos Faílde, Urfé, Sindo, Lecuona, Piñeiro, Matamoros o Arsenio.

Luis Barbería no puede ser más explícito al respecto en su canción Como soy cubano, donde dice que "como soy cubano te mezclo/ este funky blues con guaguancó": lo cubano es aquí patente de corso, carta de libertad, en lugar de cadena perpetua. En Asere ¿qué volá?, Boris nos lo dice de otra forma, con versos no totalmente suyos: "Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma/ y antes de morirme quiero/ formar la guarapachanga".

Este disco no es toda Cuba, pero es algo de lo mejor de ella, que no es poco. Como en el Himno Nacional cubano, la patria llama desde Boomerang; pero por suerte, esta vez, es para guarachar, en una fiesta en la que caben todos lo que quieran entrar. Afuera quedarán (por propia voluntad) los otros, los sordos de espíritu, los aguafiestas de siempre. Siempre pasa.

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