www.cubaencuentro.com Martes, 29 de abril de 2003

 
  Parte 1/2
 
El Melodioso
Alberto Zayas desarrolló una decisiva labor en el orbe de la rumba y de la música litúrgica afrocubana.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
 

Uno de los géneros más importantes de la música cubana es la rumba, complejo sonoro que parece surgir en el siglo XIX, en los barrios populares (léase, con fuerte presencia negra) de las occidentales provincias de La Habana y Matanzas. Es, también, la más africana de nuestras músicas profanas, lo que explica el desdén que sufrió por parte de la prensa y las grabaciones, que hace que cualquier investigación sobre el tema dependa casi exclusivamente de los testimonios de sus protagonistas. De hecho, las primeras grabaciones del género, en su estado "puro", datan de la década de los cincuenta del siglo XX, aunque aparece solapado, en versiones para voces y guitarras o en sextetos, entre las primeras grabaciones de la trova y el son. Tal es la influencia de la rumba en el quehacer sonoro cubano, que el más definitorio de nuestros géneros, el son, no existiría sin la influencia que en él marcó la rumba durante sus inicios habaneros, desde finales de los diez hasta toda la década de los veinte.

Muchos de los grandes cantantes, percusionistas, músicos y compositores del son lo eran también de la rumba. Los nombres de Ignacio Piñeiro, Carlos Embale, Bienvenido León o Abelardo Barroso no agotan la lista de grandes soneros que fueron también rumberos. Aunque en mucha menor medida, dadas las relaciones entre el son y el bolero, detrás de este género melódico pueden percibirse también los ecos de la rumba.

La fuerte presencia de percusiones diversas y el color de la piel de sus protagonistas ha hecho pensar a muchos que la rumba es un género africano, lo cual es un gran error. El gran percusionista cubano Mongo Santamaría la definió como un intento de los negros cubanos por cantar jondo, lo cual, si no es exacto, se acerca mucho a la realidad. Es, sin lugar a dudas, un género mestizo y, por ende, totalmente cubano, en cuya génesis confluyen los melismas flamencos, los coros yorubas y formas percutivas que parecen provenir de la música litúrgica abakuá. En su interpretación más rudimentaria intervenían cajas de maderas (como sustitutos de tambores), cucharas, botellas percutidas por cucharas, hojas de guatacas (azadones) y claves. Sin embargo, un grupo de rumba con recursos suficientes suele incluir tres tumbadoras o congas de diferente tamaño y sonido (tumba, quinto y salidor o llamador), un coro (que puede estar formado por voces masculinas, femeninas o mixtas), claves y un solista, que casi siempre es un hombre.

Este complejo sonoro, tal y como hoy lo conocemos, está formado por tres subgéneros o estilos perfectamente diferenciados, tanto musical como textual y coreográficamente: el guaguancó, la columbia y el yambú.

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