www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
De la mejor tradición
Entre la pasión y la disciplina, la obra de Sergio Vitier enlaza con las grandes corrientes de la música contemporánea.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid
 

Escribir sobre Sergio Vitier me es, simultáneamente, grato y difícil, como siempre que se opina acerca de alguien a quien se quiere y se admira, por motivos, si no idénticos, al menos similares. Lo conocí cuando yo transitaba de la niñez a la adolescencia, mientras que él, cinco años mayor, ya estaba de lleno en ese estadío. Quiero decir, que este compositor y guitarrista nació en La Habana el 18 de enero de 1948.

Sergio Vitier

Tantos años de amistad me permitieron el privilegio de asistir como espectador cercano a una formación heteróclita, aparentemente dispersa y acaso algo indisciplinada, que le permitió, gracias a su enorme talento, integrar, como pocos músicos, prácticamente toda la herencia cultural cubana.

Además de su formación académica como guitarrista, que debe en gran parte a Isaac Nicola, Sergio conoció íntimamente los matices de nuestra música campesina, llevado de la mano (casi literalmente, ya que era un niño) del poeta, dibujante y etnólogo Samuel Feijoo. También desde muy joven se relacionó con el entorno jazzístico, al formar parte, durante años, del grupo de su tío Felipe Dulzaidez. También formaron parte de sus tempranas obsesiones la rumba y la música litúrgica de la regla de Ocha, así como los agonizantes melismas del flamenco. Y, para colmo, fue fundador de ese maravilloso laboratorio que se llamó Grupo de Experimentación Sonora (GES), en el que, en palabras de Leonardo Acosta, "se elaboró un sistema de estudios (teóricos y prácticos) totalmente revolucionario, que se combinan con ensayos y audiciones de casi toda la música posible: de Beethoven a John Coltrane, de Gilberto Gil a Ravi Shankar, de Anton von Webern a Xenakis, de Frank Zappa a Blood, Sweat and Tears, de Sindo Garay a Juan Blanco y, por supuesto de Bach a los Beatles".

Es muy probable que ese espacio inverosímil y distendido, con profesores de la talla de Leo Brouwer, Federico Smith o Juan Elósegui, fuera la academia perfecta que propició que el entonces joven Sergio Vitier asumiera del todo un proceso de integración musical que pronto se vería reflejado en sus partituras para cine, primero, y en sus obras danzarias años después, cuando fue director de Danza Nacional de Cuba.

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