www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
   
 
La gran estafa
El corcho del bate de Sammy Sosa, sancionado en Grandes Ligas, evoca un aluminio que ha adulterado los records de la pelota isleña.
por JORGE EBRO, Miami
 

Cuando el bate del slugger dominicano Sammy Sosa se quebró recientemente, dejando al descubierto unos cuantos gramos de corcho en su interior, las Grandes Ligas contemplaron atemorizadas lo que pudiera haber sido el próximo gran escándalo de un deporte necesitado de calma.

Sammy Sosa
Sammy Sosa el día en que el corcho triunfó sobre la madera.

Luego de una densa discusión salarial, después de la amenaza de una posible huelga y tras las acusaciones de uso indiscriminado de esteroides anabólicos, lo menos que esperaban las Grandes Ligas era un bate relleno con corcho, y mucho menos el de Sosa.

El quisqueyano representa —o representaba, aún no queda claro— el último remanente de transparencia en un deporte con demasiados claroscuros. Sosa es el jugador más mediático de las Mayores, el ídolo más querido de los niños que todavía recuerdan aquel memorable año de 1998, cuando junto a Mark McGwire rescató, con su competencia de jonrones, a unos aficionados que le habían vuelto la espalda al béisbol tras su última huelga.

La Oficina del Comisionado suspendió a Sosa por siete juegos y aceptó la disculpa del pelotero, que atribuyó el hecho a una equivocación ingenua al tomar un bate que utilizaba en las prácticas de bateo para sacar más bolas del parque, algo que agradecían sus seguidores en todos los estadios.

Cierto o no, dentro de unos años, y si Sosa vuelve a retomar su paso de jonrones, se habrá olvidado el incidente. Hasta que su inscripción en la boleta para escogerlo al Salón de la Fama, vuelva a levantar la polémica del bate de corcho.

En Cuba esa polémica no habría existido años atrás. Durante más de dos décadas —desde su introducción en la Serie Selectiva de 1977 hasta su erradicación en la Serie Nacional de 1999—, el bate de aluminio llenó los sonidos de los parques cubanos, y la madera parecía condenada al olvido. Pero al final todo resultó una gran estafa, que hace palidecer el error de Sosa.

El aluminio, unido a una bola viva —no con corcho, pero sí con mucha goma en el centro—, multiplicó los promedios de bateo, los dobles, los triples, los jonrones. Jugadores esqueléticos sacaban las bolas del parque como si fuera una nimiedad.

Hoy, todos esos records están en duda: los más de 400 cuadrangulares de Orestes Kindelán, los más de 2000 hits de Antonio Pacheco, y así sucesivamente. No se duda de que fueron peloteros excepcionales, y en nada son culpables de portar un bate que desvirtuó la naturaleza del juego, pero el aluminio los hizo parecer más grandes de lo que realmente eran.

De ahí que sea justo resaltar los nombres de veteranos como Miguel Cuevas, Pedro Chávez o Armando Capiró, quienes pegaron todos sus cuadrangulares con la majagua al hombro. Con ellos no hay truco que valga.

La desaparición del "amateurismo" y el deseo de los rectores del béisbol internacional de atraer a sus eventos a jugadores profesionales, ha tirado a un cajón los bates de aluminio y traído de regreso el sonido seco y breve de la madera. Pero ese interregno del metal, y el predominio de Cuba en eventos de una grisura desmedida a nivel internacional, será recordado como uno de los más nefastos que se recuerde.

A pesar del regreso a la era de la madera, los aficionados cubanos no deben preocuparse por la repetición de un error como el de Sosa en las Grandes Ligas. A fin de cuentas, las tapas del ron cubano son de lata, y el corcho de botella aún espera un regreso triunfal.

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