www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Nadando entre salmones
Una nueva especie en la afición deportiva cubana. ¿Está en crisis el 'mil veces invicto' orgullo patrio?
por JOSé H. FERNáNDEZ, La Habana
 

Quien dude que la posesión es más fuerte que la propiedad, sólo tendría que dejarse caer en La Habana durante el ajetreo de algún evento deportivo con carácter internacional. Por ejemplo, los recién celebrados XIV Juegos Panamericanos.

Panamericanos
XIV Juegos Panamericanos: propaganda y ¿reivindicación?

Y no es porque la gente de aquí, como la de cualquier otro lugar en la tierra, se entregue al despelote de apostarle únicamente al bando propio, sin que cuenten para nada ni la real destreza de los contendientes, ni el más elemental espíritu competitivo. Eso es algo ordinario, erigido en ley por la costumbre desde las ya remotas olimpiadas griegas, no obstante aquella frase de Pierre de Coubertain, "que gane el mejor" —la cual sigue sonando igual en todos los idiomas—, pero con una nueva traducción: "que gane el mío".

De quienes se trata esta vez, y he aquí lo raro, lo revelador, lo sintomático, es de aquellos que apuestan por el equipo contrario, y lo hacen no sólo descalificando a priori la máxima olímpica de Coubertain, sino en abierto desafío a la lógica, aun en casos en que los atletas del bando nacional demuestran evidente superioridad. Y conste que no se limitan a la mera simpatía por el otro, sino que hasta le juegan su dinero a cuenta y riesgo.

Son los salmones de la nueva afición deportiva en Cuba. Sólo que al igual que los de esa especie, parecen empeñados en nadar contra la corriente no por obra de un capricho o un empecinamiento bobo, sino porque les sale de adentro, como necesidad natural, reacción de los genes ante el medio que impone la ley y la trampa.

Durante las aburridas transmisiones de los XIV Juegos Panamericanos resultó común verlos en cualquier sala de vecino, saltando alegremente sobre sus asientos ante cada caída, tiro en falso, gancho al estómago, out, retraso en la pista, u otros tipos de pifias sufridas por los deportistas del patio. Pasiones de muy particular tono alto despertaron otra vez los encuentros de béisbol. En realidad, uno no sabía si reír o entristecerse cuando estos fanáticos del bando contrario apostaban el oro y el moro a favor de los niños de teta que llevaron los yanquis al evento, o cuando se entusiasmaban ante la amenaza de los gordos mexicanos, nicas o dominicanos (dicen que profesionales), aunque sólo demostraran experiencia en acumular ponches o en dejar picar la pelota delante de sus narices.

Era un espectáculo desconcertante, anómalo y no exento de ridiculez. Pero en modo alguno podría encontrar explicación en la idea simplista de quienes alegan que al negarle crédito a los peces de su propio río, estos salmones se niegan a sí mismos. Al contrario, podría suceder que su espontánea negación sea el reflejo de un impulso reivindicativo, e incluso, aunque torpe, una manera de llamarnos a capítulo, una lucecita roja en la puerta de nuestro mil veces "invicto" y manipulado orgullo patrio.

Téngase en cuenta que a lo largo de casi medio siglo los éxitos deportivos de la Isla han sido utilizados como táctica para imponer eso que llaman "la superioridad del sistema cubano", mediante un juego de efectos que actúa por carambola, ya que al mismo tiempo que despierta la atención y aun la admiración de los de afuera, le alimenta y endulza el ego a los de adentro.

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