www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
 
 
¿Peces o Mulos?
¿Yankees o Marlins? La Serie Mundial de Béisbol rompe termómetros. Esta noche, en el estadio Pro Players de Miami, se juega el tercer partido.
por JORGE EBRO, Miami
 

Contra viento, marea, pronósticos, millones de fanáticos y casi todo el país, menos la Florida, los Marlins alcanzaron la Serie Mundial, donde enfrentan nada más y nada menos que a los Yankees de Nueva York, el equipo de mayor éxito y linaje en toda la historia de las Grandes Ligas.

U. Urbina
Ugueth Urbina (Marlins) poncha a Jorge Posada (Yankees) en el final del octavo inning. Primer juego Serie Mundial.

En la Serie Divisional nadie daba a los Marlins como favoritos en su duelo con los Gigantes de San Francisco. Después de todo, Barry Bonds es el mejor bateador de la era y su novena dominó a su antojo la División Oeste de la Liga Nacional, pero entonces sucedió el primer milagro y los Peces se convirtieron en la cenicienta del momento.

Tras perder el primer encuentro, los Marlins ganaron tres partidos en fila para obligar al descanso a los Gigantes, uno de los equipos cuyo nombre se barajaba para estar donde se encuentran ahora los floridanos.

Los analistas se asombraron un poco, pero un poco nada más. Después de todo, en la final de la Liga Nacional estaban los Cachorros de Chicago, contra quienes, aseguraban, se romperían las esperanzas de los Peces. Sammy Sosa y compañía les habían tendido una trampa en el Wrigley Field, de donde no saldrían con vida.

Pero entonces ocurrió el segundo milagro. Luego de estar con una victoria y tres derrotas, los Marlins vivieron una recuperación legendaria para dejar en shock a toda la ciudad de Chicago —y a medio país—, que esperaba ver en el Clásico de Octubre a unos Cachorros que a través de los años ha sido un excelente equipo abrazado con el fracaso.

A sólo cinco outs del triunfo final, los Cachorros experimentaron un colapso que aún hoy tiene a muchos pensando en la posibilidad de maldiciones y eventos sobrenaturales. El que hubiera sido el segundo out de la octava entrada fue malogrado por la mano de un fanático al que hoy miles le piden la cabeza.

Los Marlins terminarían facturando ocho anotaciones para adjudicarse el sexto juego y en el séptimo simplemente arrollaron a unos desconcertados Cubs y a una ciudad que había previsto la mejor celebración de todos los tiempos.

Ahora los Marlins tratan de lograr el mayor milagro de todos. Saben que no sólo pelean contra los Yankees, sino contra casi 100 años de tradición y millones de aficionados que en todo el mundo desean con fervor que los Bombarderos del Bronx conviertan a los Peces en sushi.

"No tenemos presión alguna y por eso hemos llegado tan lejos", comentó el manager de los Marlins, Jack McKeon, antes del partido inicial. "Hemos venido a Nueva York a divertirnos y con suerte volveremos a ser campeones".

Las diferencias entre Peces y Mulos es ostensible. Los Yankees poseen una nómina millonaria que casi triplica a la de los Marlins. Tienen veteranos probados en mil campañas, mientras los floridanos se sostienen en un entusiasmo poco común y hacen de lo desconocido un arma. Los Yankees descansan en un cuerpo de lanzadores que sobrepasa o está cercano a los 40 años, con hombres como David Wells o Roger Clemens; ninguno de los pitchers de los Peces sobrepasa los 28 años.

"Nadie esperaba que los Marlins estarían disputándole el premio mayor a los Yankees", expresó el lanzador Josh Beckett, abridor de esta noche. "Ellos son los que deben estar preocupados. Nosotros no tenemos nada que perder. Si caemos, ya habremos logrado mucho más que en nuestros más remotos sueños".

En el sur de la Florida y especialmente en Miami, la fiebre de las Grandes Ligas ha roto todos los termómetros. Unos 200.000 tickets puestos a la venta para los tres juegos en casa se vendieron en horas y es común ver por las calles a personas con carteles suplicando por un par de entradas al precio que sea.

Una realidad muy contrastante con la de hace pocos meses, cuando los Marlins casi regalaban los boletos y en las gradas del Pro Player Stadium se sentaban unas decenas de aficionados y toneladas de aburrimiento.

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