www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
 
 
El camino a la Serie Mundial
 

Antes de terminar imponiéndose en el Clásico de Octubre —antes de mejorar su impecable marca de seis victorias sin derrotas en series de postemporada—, los Marlins de la Florida terminaron la contienda regular con 91 victorias y 71 reveses, balance que le sirvió para colarse en los play-offs mediante la obtención de la wild card (mejor segundo de la liga, en este caso la Nacional).

Marlins
Jardinero central Juan Pierre (centro).

Segundos de la división Este —detrás de los Bravos de Atlanta—, los Peces llegaron a tener un récord de 19 victorias y 29 derrotas a mediados de mayo, poco después de que fuera sustituido su primer director, Jeff Torborg.

A partir de ese momento, el veterano piloto Jack McKeon fue quien se encargó de llevar la nave al añorado puerto de la Serie Mundial.

La estrategia utilizada por McKeon, sin bien nada novedosa, sí tuvo que ser sacada del baúl de los recuerdos en esta era de grandes batazos, rutilantes superestrellas y escándalos por dopaje y bates de corcho.

A todo esto, McKeon opuso la vieja fórmula de velocidad, defensa y pitcheo como camino para alcanzar el triunfo.

Los Marlins fueron la novena que más bases robó en todo el circuito, con 150, pero también la que más pereció en el intento, con 74 intentos frustrados, lo que da una idea de cuánto corrieron sus jugadores.

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Por su parte, la defensa fue la segunda mejor del torneo (987), sólo por detrás de la de los Marineros de Seattle (989).

El pitcheo trabajó para un decoroso promedio de 4,04 carreras limpias por partido, décimo entre los treinta equipos, séptimo en la Liga Nacional.

Todo un tributo a la filosofía del small ball, tan típica, antes del año 59, del béisbol cubano.

En la Serie Mundial, por ejemplo, los Marlins sólo batearon dos jonrones, por seis los Yankees, y una buena parte de sus carreras ocurrieron con dos outs.

Artífices de la velocidad fueron los hombres proa de la tanda, Juan Pierre y Luis Castillo, con una regularidad a lo largo de toda la temporada que puso los nervios de punta a no pocos equipos contrarios.

Fue así, con esta mezcla de explosividad y ganas, aportada sobre todo por la gente joven de un conjunto cuyo promedio de edad fue de 26 años, que los Marlins, en su camino hacia la gran final, dejaron en la cuneta a novenas tan poderosas como los Gigantes de San Francisco, liderados por el temible Barry Bonds; a los Cachorros de Chicago, con Sammy Sosa en el cuarto turno y Dusty Baker en el banquillo; y, finalmente, ya en la última etapa, a los todopoderosos Yankees.

Una ventaja indiscutible, de la que no gozarán el próximo año, fue que siempre partieron como equipo débil, lo que sin duda les quitó presión. Cualquiera de los otros finalistas de la Liga Nacional, según los especialistas, habría partido como favorito frente a los Marlins. Sin embargo, los únicos sobrevivientes fueron esos Peces que no cesaron de advertir algo a lo largo de toda la campaña: somos tan buenos como cualquiera de nuestros rivales.

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