www.cubaencuentro.com Martes, 30 de marzo de 2004

 
   
 
La ilusión olímpica de La Habana
¿Desarrollo económico, infraestructura deportiva, redes viales confiables, capacidad hotelera? ¿Con qué cuenta el gobierno cubano para aspirar a las Olimpíadas?
por ORIOL PUERTAS, La Habana
 

Muchos cubanos se quedan de una pieza cuando escuchan decir que La Habana aspira a organizar unos Juegos Olímpicos. Ver el nombre de la capital cubana al lado de grandes urbes europeas y norteamericanas, también aspirantes a acoger la mayor cita del deporte, hace que algunos piensen que se trata de un chiste, bastante malo por cierto.

Fidel Castro
El deporte: ¿un rubro rentable de la propaganda oficial?

Pero no es chiste. La Habana ya pagó la alta cuota de inscripción que exige el Comité Olímpico Internacional y acaba de certificar su flamante laboratorio antidopaje. La cuenta regresiva ha comenzado, a pesar de que todos saben, ¿incluso Fidel Castro?, que sólo un milagro concedería la sede a la empobrecida nación caribeña.

Por segunda vez, las autoridades cubanas se enrolan en una contienda de la cual ya salieron perdedoras. Hace cuatro años su candidatura fue eliminada en la primera vuelta para elegir la sede de los juegos de 2008, otorgados finalmente a Pekín. Ahora no debe representar obstáculo alguno para que París, Nueva York y hasta Río de Janeiro se alcen con el triunfo.

El principal argumento esgrimido por el gobierno para lanzarse a tamaña payasada no es otro que el ser una potencia deportiva mundial. Y no es mentira que la pequeña isla de las Antillas ha logrado situarse entre las primeras ocho naciones del planeta en los tres últimos Juegos Olímpicos, además de reafirmar la estelar clase de sus atletas en varios deportes: béisbol, boxeo, atletismo, lucha, judo…

Pero, en primer lugar, sépase que una sede no se escoge sólo por la calidad de su movimiento atlético, aunque ello influya. De ser así, jamás México, Grecia —la anfitriona de este año y cuna del olimpismo— o la propia Australia hubieran merecido el privilegio de albergarlos. Esa posibilidad, entonces, tocaría exclusivamente a un pequeño grupo de países ricos o muy poblados que establecerían un aburrido ciclo cuatrienal: de Estados Unidos a Alemania, de Japón a Francia, de España a Rusia o Inglaterra, y paren de contar.

Clasificar como nación sede implica atender una gran cantidad de factores que ni por asomo La Habana cuida: desarrollo económico, infraestructura deportiva, redes viales confiables, capacidad hotelera y aeroportuaria, eficiencia en todos los sentidos de la vida. Amén de que sería un raro premio para uno de los regímenes totalitarios más longevos que ha conocido la humanidad, enemigo tenaz de los derechos humanos, el pluralismo y la iniciativa individual.

En segundo lugar, y en medio del manejo turbio de la propaganda que ejercita a diario el castrismo, sería bueno que los encargados de la elección preguntaran al tan deportivo gobierno cubano por qué no divulgan cuánto le cuesta una sola de esas medallas olímpicas al ciudadano de la Isla. Quizás así saldrían a relucir muchas maniobras ocultas que han propiciado el desvío de cuantiosos recursos que pertenecen al pueblo para sostener la falacia socialista de convertirnos en potencia universal y aspirar a la gloria olímpica.

Ya pasaron los años en que Castro se daba el lujo de no considerar necesario asistir a dos Juegos consecutivos —Los Ángeles '84 y Seúl '88— para "solidarizarse" con lejanos países amigos, como Corea del Norte, por ejemplo, sin darse cuenta que con ello sólo perjudicaba a los atletas cubanos. Por su ejemplar terquedad (hace poco volvió a hacerlo con los Centroamericanos de El Salvador 2002, alegando problemas de seguridad, y privó a muchos de obtener el boleto a Atenas), numerosos deportistas de la Isla vieron llegar la hora del retiro sin poder mostrar en sus vitrinas el lauro que todos desean: la medalla olímpica.

Esos fueron los casos del que en su momento se consideró el mejor púgil del mundo, libra por libra: el holguinero Ángel Espinosa, privado de defender en Seúl sus numerosos títulos universales. O de Ana Fidelia Quirot, de excelentes resultados en esa temporada. También fueron perjudicados el equipo masculino de voleibol, ganador en 1989 de la Copa Mundial, el cuatrocentista Robertico Hernández, entre los más rankeados en su especialidad, y el estelar luchador Raúl Cascaret, el mejor en su peso, así como el discóbolo Luis Mariano Delís, con excelentes registros en su haber. No olvidar a otros excelentes boxeadores como Ángel Herrera, el camagüeyano Adolfo Horta, el habanero Pedro Orlando Reyes, los también holguineros Arnaldo Mesa y Manuel Martínez y el cienfueguero Julito González.

Ahora para Castro es importante demostrar que su lastimada revolución no anda tan mal y se muere por hacerle creer al mundo las bondades de su gestión. Pero ya el mundo sabe demasiado. Ha visto cómo muchos de los mejores atletas huyen hasta en balsas o deciden saltar la tapia policial que le imponen cuando viajan al exterior. Ha visto cómo muchos aquí dentro se venden al gobierno para poder obtener de él algún privilegio —viajes, una casa, un automóvil— hasta convertirse en "castrodependientes", dueños de nada.

Al Comandante nunca le han importado cuántos millones debe pagar para aspirar a la sede olímpica o para sufragar cualquier otra pirueta por el estilo —verbigracia, el laboratorio antidoping—. Los paga, aunque se quede sin fondos para comprar leche en polvo o el combustible del transporte público, que casualmente son siempre los afectados, el lado más débil de la cuerda rota. Lo hizo ya en 1991 cuando los Panamericanos y el país entero se sumió en la mayor crisis de su historia, de la cual aún no ha salido.

De esa manera, no dude nadie que mientras le quede vida, el gobernante continuará intentando lavar su imagen con el glamoroso deseo de inaugurar los primeros Juegos Olímpicos del disparate.

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