www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
El corazón de los Marlins
¿Podrá Mike Lowell demostrar en la nueva temporada que la victoria de los Peces en 2003 no fue un sueño de hadas?
por JORGE EBRO, Miami
 

Una banda elástica recubre el codo derecho de Mike Lowell, quien oculta el dolor detrás de una sonrisa perenne.

M. Lowell
Mike Lowell (izq.).

El tercera base de los Peces ha luchado tanto contra la adversidad que esta momentánea inflamación en el codo le parece cosa de niños.

"Voy a estar bien", afirmó el jugador, hijo de padres cubanos. "Es sólo un nervio que me está molestando un poco. En el peor de los casos, un poco de dolor no me va a impedir jugar".

A otro tal vez, pero no a Lowell, quien ha salido al terreno con todos los dolores inimaginables. De cierto modo, es sobreviviente de tantas adversidades —como el cáncer, por ejemplo— que han moldeado su carácter y su determinación en el diamante.

Cuando Lowell aún sentía molestias en su mano, tras un mes de inacción a causa de una fractura a fines de la campaña anterior, pidió con tanta intensidad jugar en los play-offs que al mánager de los Marlins, Jack McKeon, no le quedó otro remedio que complacerlo.

Todavía Lowell no podía hacer el mejor agarre del bate, pero se las ingenió para conectar, en calidad de emergente, un cuadrangular decisivo en el undécimo capítulo del primer juego de la Serie de Campeonato contra los Cachorros.

"Ese tiene que pasar como uno de los mejores jonrones de la historia del béisbol'', comentó un compañero de equipo de Lowell que prefirió el anonimato. "Yo sé que a él le dolía muchísimo la mano cuando la pelota hacía contacto con el bate. Lo había visto soportar con estoicismo las prácticas antes del juego, pero sacó la bola del parque con más fuerza en el corazón que en sus muñecas".

Así es como puede definirse a Lowell: el corazón de los Marlins. Los veteranos y los jóvenes, el que necesita un consejo, un consuelo, una mano en el hombro, lo busca. McKeon confía en él con fe ciega y lo considera el supremo modelo de profesional dentro y fuera del terreno.

Pero no es sólo por el carácter humano que los Peces valoran a su estelar antesalista. Lowell —cuyo padre, Carlos, fue un lanzador estelar de los equipos boricuas amateurs y uno de los pocos que venció en torneos internacionales a la selección cubana— se ha ido convirtiendo en la principal arma del equipo, aunque él no lo vea así.

Para el jugador ya no es algo del otro mundo sobrepasar las 100 impulsadas, y sus 32 jonrones hablan mucho de su disciplina. Insiste en que no es un hombre de poder, pero los números lo desmienten.

"En todo caso soy un estudioso del bateo y trato de sacarle el máximo a mis posibilidades", expresó Lowell, el mejor tercera base ofensivo en 2003. "La concentración, el conocimiento del lanzador, la forma de pararte en la caja, todos esos pequeños detalles pueden hacer mucho por un jugador como yo".

Lowell no se traza metas específicas. Él sólo desea "hacer las cosas bien", pero los Peces saben que el tercera base está en los mejores años de su carrera y quisieran verlo asistir a su tercer Juego de las Estrellas.

"Mike ya no tiene nada que probar, porque ha demostrado que desde hace años está en la élite de su posición", señaló McKeon. "Cada día te da un ciento cinco por ciento más de esfuerzo. Si alguien merecía ser campeón del mundo era él. Sé que soñaba con eso''.

Pero Lowell no ignora que el respeto se duplica de año en año y que la corona de las Grandes Ligas hay que defenderla hasta donde sea posible. Cueste lo que cueste.

Por eso repite que el dolor no le va a impedir jugar, por fuerte que este pueda ser.

"Ser campeón es una gran responsabilidad", recalcó Lowell. "Si de un año malo pasas a uno bueno, está bien. Pero si tu esfuerzo crece de uno bueno a otro mejor, entonces los aficionados apreciarán más ese esfuerzo".

"Tenemos que demostrar que el 2003 no fue un sueño de hadas, sino obra del coraje de un puñado de jugadores entregados a una misma causa", concluyó.

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