www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/3
 
El ídolo prohibido
Orlando 'El Duque' Hernández: 'Cruzar el mar en un bote ha sido el juego más difícil de mi vida'.
por ARMANDO LóPEZ, Nueva Jersey
 

Estadio de los Yankees, 60.000 fanáticos contienen la respiración. Dos out. Dos en base. Dos bolas, dos strikes. Lanza El Duque Hernández. Su pierna izquierda se levanta, se balancea. Su brazo se impulsa. La bola sale a 90 millas por hora. ¡Strike! Canta el árbitro. ¡Increíble! Exaltan los comentaristas radiales en inglés y en español (millones de caribeños escuchan), destacando que el pitcher cubano, el ídolo caído, el accidentado en el hombro, el desechado por la prensa, había resucitado de entre los Expos de Montreal, para volver triunfante a los Yankees: en los hogares, en los bares de Nueva York se festeja.

El Duque
El Duque, en el vestuario de los Yankees.

Pero en La Habana también celebran el renacer de El Duque. Lo escuchan por la radio de onda corta. Y hasta algunos logran verlo en televisión. Las antenas se compran a 50 dólares. Las revistas con fotos de El Duque (que entran los turistas) son joyas del mercado negro.

En la Peña del Parque Central de La Habana, la nueva hazaña del pitcher del Wajay interrumpe la noche. ¡Es griterío! El Duque, expulsado del béisbol cubano, acusado de traidor, prohibido, sigue siendo el ídolo de los cubanos. "Si lo que quieren es que nos olvidemos de que El Duque pitcheó en el Latino eso es imposible", afirma un fanático.

A pocos meses de su operación del hombro, en la encuesta diaria de los Yankees, el 60 por ciento de los votantes considera que es el lanzador más útil de los Mulos de Manhattan, seguido por otro hispano, el panameño Mariano Rivera (24 por ciento).

El Duque en primera persona

Abordé a El Duque en el vestidor de los Yankees. Se viste corriendo. Lo esperan en el terreno para sus ejercicios de calentamiento. Pero el que esta entrevista la puedan leer los cubanos le entusiasma. Me advierte de que no puedo tirar fotos en los vestidores. Pero se ríe: "bueno, tira la foto, que es para mi gente en Cuba".

Avanza por los estrechos pasillos, al tiempo que responde que todos los equipos de Grandes Ligas le son difíciles de enfrentar, que su regreso a los Yankees se debe a que entrenó duro, y que muchos lo ayudaron: sus entrenadores, sus amigos, su esposa, sus fanáticos.

No quiere hablar del salario que recibe. Jura que no piensa en millones de dólares, sino en lanzar la bola y ganar juegos. Afirma que no hay bateadores fáciles, porque todos tienen un bate en la mano, y que lo incomoda que lo saquen del partido, haya lanzado bien o mal, porque siempre es una deshonra para un pitcher que lo saquen del montículo.

Ya en el terrero, aún vacío, reconoce que tiene la oreja dura para el inglés y no puede conversar largo con Joe Torres; pero agradece que el manager de los Yankees trate de entenderlo. Dice llevarse bien con todo el equipo, pero con quien más se comunica es con Leo Astacio (dominicano), su intérprete. Cuando Leo no está, la comunicación se le complica. Ve reírse y no entiende el chiste. No le gusta que lo echen a pelear con su hermano Liván, ni a pitchear en contra de él, porque la historia de Caín y Abel es de odio, y él quiere a su hermano.

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