www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 2/8
 
126 libras de chocolate
Eligio Sardiñas Montalvo: De campeón mundial de boxeo a una vida sin Esperanza.
por ELISEO ALBERTO, México D.F.
 

II

Bonnie Flinn, la manicura, lima las uñas al campeón. Son uñas gruesas, como escudos. Eligio está nervioso. Va a cumplir veintiún años. Algo en la cara de Bonnie recuerda a la actriz Greta Garbo, con quien Chocolate estuvo coqueteando en el estreno del largometraje El beso. La pícara Bonnie sabe del parecido: cuando Kid la piropea, hace un gesto muy sueco. Cuatro meses antes de esa nevada de 1929, la noche del jueves 29 de agosto, Bonnie Flinn había visto a Kid Chocolate derrotar a Al Singer, el Rey de los Judíos, en doce asaltos peleados de campana a campana. Ella y su novio eran dos gotas de adrenalina en medio de un mar de treinta y siete mil setecientos trece espectadores. "Mi novio había apostado por Al", dice Bonnie a Kid mientras le corta las cutículas: "Fue agradable perder, viéndolo ganar a usted". En la taquilla se recaudaron doscientos quince mil doscientos
Entrada
sesenta y siete dólares, y cincuenta mil de ellos irían al bolsillo de aquel cubano bailarín que sonreía al voluntarioso Al Singer mientras esquivaba uno tras otro sus ataques de soberbia. Chocolate había cobrado una recompensa mil veces menor por descolgarle el hígado al sargento Eddie Enos, en una pelea celebrada un año atrás a cielo abierto, en el Campamento Militar de Mitchell Field. Ese día de Navidad, sin embargo, no quiere que la manicura le descubra el miedo en las manos. Siente frialdad aunque viste una bata de felpa, que lleva su nombre de guerra a la espalda. Trae una gorra de gamuza en la cabeza, color crema. Tiene los pies menudos en comparación con las manos, propias de un estibador. Bonnie Flinn habla español, mal pero sin pena.

Un chinito maquillista, de modales livianos, le dice a Kid que debe untarle vaselina para que el cuerpo brille ante las cámaras de los fotógrafos. Se detiene al embadurnarle el pecho. Se entretiene. Lo tiene. No puede evitar un suspiro. Nunca había maquillado a un negro tan musculoso. Tampoco a Dios. Bonnie Flinn sonríe, zalamera. El maquillista alza las cejas y entrecierra los ojos, concentra los otros cuatro sentidos en el tacto de sus yemas: no pide mucho más. Le basta el roce. La imaginación hace el resto. Sus dedos atisban, olfatean, entreoyen, liban, toquetean. Kid comienza a contar hasta diez. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. En el nueve, entra un hombre delgado como un hilo de humo: "Eligio, deja la sonsera. Te esperan allá afuera", dice. Es Luis Felipe Pincho Gutiérrez, el manager. Kid llena los pulmones de aire, aguanta la respiración y abandona el camerino con las nalgas apretadas. Luis Felipe le quita la gorra de gamuza: "Eres el mejor, eres el mejor, eres el mejor", repite para darle ánimo. A través del espejo, Bonnie Flinn hace un guiño de ojo, cómplice. Cuando el campeón abandona el camerino, el chinito se asoma a la puerta. Si lo empujaran, cabría por la rendija.

Kid Chocolate avanza hasta el centro del estudio. Jabea por jabear: no encuentra otra manera de sacudirse la timidez. Alguien enciende las lámparas. Los representantes de una marca de golosinas presencian la escena desde el fondo. La asistente de producción pide a Kid que se quite la bata. En la pupila del chino maquillista se refleja el negro de cuerpo entero, encuero. El fotógrafo busca la mejor pose para ilustrar el lema de la campaña publicitaria: 126 libras de chocolate. El campeón está incómodo. Clik. Fotos de frente. Sentado. Perfil derecho. Pensador. Perfil izquierdo. Se repite el ciclo. De frente. Sentado. Perfil derecho. Los potentes focos calientan su piel. No puede evitarlo: después de sesenta exposiciones, pierde el control de sus músculos y tiene una leve pero visible erección. No fue el único. Clik.

"Listo, Eligio", dice el entrenador y le lanza la gorra de gamuza para que se cubra el sexo. Kid se viste de traje, cuello y corbata, pero no se anuda sus zapatos de dos tonos. Rumbo al Cadillac color platino, un niño de ocho años se les atraviesa y cierra la guardia, con buen estilo. Luis Felipe entra en el auto para protegerse del frío. "¡Ay!, Eligio, tú no cambias: no entiendo qué tanto hablas con los niños". Enciende un cigarro de picadura negra. Aspira. Exhala. El humo se acolchona contra la capota del Cadillac y la bruma de nicotina lo lleva de recuerdo en recuerdo hasta La Habana, para detenerse en el preciso instante que ellos se vieron por primera vez en la Arena Colón. El pasado se proyecta en la pantalla de sus párpados. Un pasado perfecto.

Cinco años atrás, Johnny Cruz exponía su corona ante un gladiador de nombre Eugenio Molino. Camino al cuadrilátero, el rabillo del ojo izquierdo de Luis Felipe había descubierto la presencia del jactancioso Eladio Valdés, alias Black Bill. Estaba en tercera fila, en compañía de dos mulatas atractivas (una regordeta de pasas rebeldes y otra de ojos azoradamente verdes); a su derecha, un negrito bailarín disparaba una metralla de golpes contra su Ángel de la Guarda. Al sonar la campana, Johnny se lanzó como una maldición contra Eugenio y lo desplumó en el mismo primer asalto. Necesitaba ganar rápido porque tres prostitutas almendradas aguardaban por él en el hotel. Johnny Cruz era candela. Cuando los preparadores intentaban reacomodarle la quijada a Eugenio, que yacía como un saco de papas sobre la lona, el negrito subió al cuadrilátero para desafiar públicamente al neoyorquino. En su caótico alegato, dijo merecer la oportunidad, por su condición de invicto en cien combates: "Johnny Cruz será el campeón metropolitano de Estados Unidos pero yo soy Eligio Sardiñas Montalvo, el campeón de los periodiqueros del Cerro", proclamaba. Johnny Cruz se ensalivó las manos. Luis Felipe recogió las cubetas y fue tras su pupilo, sin evidenciar la menor simpatía por aquel buscavidas que seguía escupiendo retos desde el ring ya a oscuras, bajo las rechiflas del público. Por el pasillo de platea, al sobrepasar la tercera fila, las pupilas de águila de Luis Felipe descubrieron que la mulata de ojos azoradamente verdes permanecía sentada en su butaca, con el rostro escondido entre las manos —y a esa imagen apeló su corazón cuando, una semana después, le dio al negrito bravucón la oportunidad de enfrentarse a Johnny Cruz por una bolsa escuálida. La mandíbula de Eugenio Molino se había quebrado como una copa de bacará y no podía presentarse a la revancha. "Así que Eligio, Eligio Sardiñas... Te anunciaré con un buen nombre, muchacho. Mi bodeguero se llama también Eligio. A partir de este momento, serás Kid Chocolate".

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2. II...
3. Back Bill, vencedor...
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5. V...
6. VI...
7. Sugar Ray Robinson...
8. No lo entiendo...
   
 
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