www.cubaencuentro.com Viernes, 09 de septiembre de 2005

 
  Parte 1/2
 
La hazaña de Rafael Palmeiro
Con más de 500 jonrones y de 3.000 hits, el cubano sigue lejos de la afición de la Isla, pero ya acompaña a estrellas como Hank Aaron, Willie Mays y Eddie Murray.
por JULIáN B. SOREL, París
 

Recientemente, el cubano Rafael Palmeiro ingresó en una de las minorías más selectas del deporte mundial; el grupo del que por ahora sólo forman parte tres de las máximas estrellas del béisbol de todos los tiempos: Hank Aaron, Willie Mays y Eddie Murray. Ha habido muchos grandes jugadores en siglo y medio de béisbol organizado, pero hasta ahora sólo ellos tres habían logrado superar la marca de 500 cuadrangulares y 3.000 hits en el conjunto de su carrera.

R. Palmeiro
Rafael Palmeiro.

Palmeiro, que esta temporada viste la franela de los Orioles de Baltimore, se ha convertido en el cuarto jugador que alcanza esa asombrosa marca ofensiva en la historia del pasatiempo nacional estadounidense (y cubano).

El artillero de los Orioles ya superó al mítico Reggie Jackson en el noveno puesto de la lista de los máximos jonroneros de todos los tiempos, al disparar su cuadrangular número 568. Atrás quedaron, en esa relación de señores de la majagua, figuras de la talla de Mickey Mantle (536 jonrones), Ted Williams (521), Ernie Banks (512) y Eddie Mathews (512). En el capítulo del total de hits, Palmeiro debe de terminar la campaña alrededor del puesto número veinte, tras superar a Roberto Clemente, Al Kaline, Lou Brock y quizá a Rod Carew.

Pero eso no es todo. Palmeiro, que es ya un veterano de 40 años de edad, conserva todavía una espléndida forma física. En cada una de las últimas 14 temporadas —desde el verano de 1991— ha bateado 20 o más cuadrangulares. Este año ya lleva una docena. Si lograra mantener ese paso uno o dos años más, terminaría su carrera entre los cinco máximos jonroneros de todos los tiempos. En ese olimpo del poderío ofensivo, quedaría en compañía nada menos que de Hank Aaron, Babe Ruth, Barry Bonds y Willie Mays.

Algunos críticos, que se entretienen en buscarle las cuatro patas al gato, le reprochan al toletero zurdo su talante tranquilo, que por mucho tiempo le ha hecho pasar casi inadvertido, a pesar de su sólido rendimiento, y el hecho de que no haya ganado ningún campeonato de bateo ni haya sido el máximo jonronero en ninguna de sus temporadas en las Mayores. Pero nada de eso empaña el brillo de una carrera extraordinaria basada, por supuesto, en dotes físicas y psíquicas excepcionales, además de mucha disciplina, constancia, coraje y modestia.

Figuras de rango nacional

El béisbol es un deporte complejo y difícil de entender para quienes no han crecido en una sociedad que lo practique asidua y masivamente. Para los cubanos, en cambio, es ciencia infusa.

En su historia del béisbol en la Isla, titulada La Gloria de Cuba, el catedrático Roberto González Echevarría, de la Universidad de Yale, explica la íntima vinculación de este deporte con la génesis de la conciencia de nacionalidad en Cuba. La pelota, como se le llama allí, llegó a la Isla a mediados del siglo XIX, muy poco después de que empezara a practicarse en Norteamérica, y gracias a un conjunto de circunstancias que sería largo describir aquí, arraigó rápidamente entre los criollos.

Desde entonces, el país ha experimentado muchos avatares históricos —guerras independentistas, revoluciones de diverso signo, dictaduras, dictablandas, y últimamente, casi cinco décadas de comunismo—, pero la extraordinaria popularidad del béisbol, a la vez deporte y espectáculo, ha permanecido como una de las señas de identidad que más nítidamente definen a ese bicho virtual denominado "el cubano promedio".

Durante más de un siglo, las estrellas del béisbol han sido figuras de rango nacional, a medio camino entre la farándula y el altar patrio; héroes míticos cuya leyenda ha alimentado el imaginario colectivo. Adolfo Luque, el mejor lanzador de las Grandes Ligas en 1923, que luego fue un manager exitoso en la Liga Cubana, gozaba de un prestigio que ni siquiera los muchos percances de su vida disoluta alcanzaron a macular.

El popularísimo jugador de los Alacranes del Almendares, Roberto Ortiz, inspiró un largometraje edificante, y en los años cincuenta, el célebre Orestes Miñoso tuvo incluso el honor de que le dedicarán un cha cha chá que, por supuesto, se convirtió en un éxito de ventas. El más grande de todos, Martín Dihigo, que fue a la vez excelente a la ofensiva y a la defensiva, además de un extraordinario lanzador (combinación sumamente rara en este deporte), pasó a la posteridad con un apodo que resume esta veneración ditirámbica de los cubanos por los peloteros excelsos: "El Inmortal" (aunque quizá el epíteto no sea tan excesivo, Dihigo es el único jugador del mundo cuyas hazañas están reconocidas en el Salón de la Fama de tres países: Cuba, México y Estados Unidos).

La complejidad del reglamento, la especialización de los jugadores según la posición que desempeñan, las peculiaridades del aspecto ofensivo y el defensivo (por ejemplo, las cualidades necesarias para ser un buen pitcher, un catcher eficiente, un bateador de poder o un experto ladrón de bases), y las exigencias del juego de conjunto, hacen que en el béisbol las estadísticas adquieran una dimensión cualitativa que no tienen en igual grado otras competiciones similares.

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