www.cubaencuentro.com Viernes, 28 de octubre de 2005

 
  Parte 6/8
 
126 libras de chocolate
Eligio Sardiñas Montalvo: De campeón mundial de boxeo a una vida sin Esperanza.
por ELISEO ALBERTO, México D.F.
 

VI

Chocolate se aburre en el gimnasio: tiene poco que hacer. El día del combate estará sin mayores responsabilidades en la esquina del camagüeyano Gerardo González, alias Kid Gavilán. Llevará el cubo de agua, por ejemplo, o le echara fresco con la toalla. A fin de cuentas, su compromiso es posar junto al campeón —a quien le gusta ser complaciente con los fotógrafos, mucho más ahora que va a defender por séptima vez la corona de peso welter. Jonnny Saxton no parece un rival de consideración, así que tampoco hay por qué preocuparse demasiado. Las apuestas hablan claro: el desconocido Saxton va en desventaja, cinco a uno. Si fuera contra Sugar Ray Robinson o Doug Rafford otro gallo cantaría porque el camagüeyano ha perdido ya dos veces ante ellos. Le tienen cogida la baja. Lo que no sabe Chocolate es que el apoderado de Gavilán ha vendido la pelea y piensa cobrar un dineral por la traición. Pero para qué contar esa historia.

Kid Chocolate

Lo que sí sabe Chocolate es que una Coca Cola caliente es un purgante. Almuerza pollo y papas fritas, en un rincón del gimnasio. Entonces se le acercan tres negros enormes, perfectamente vestidos. Traen polainas aristocráticas, zapatos de dos tonos, chalecos italianos y sombreros de ala discreta, ladeados a la derecha. Esperan a que el veterano gladiador trague la pechuga y el que parece de mayor jerarquía (un hombre de ébano con espejuelos de plata, bifocales) le pregunta si puede acompañarlos, pues hay un admirador que quiere saludarlo. Chocolate se apura el fondo del refresco: "Andando", dice. En la calle le espera una limusina que si no fuese blanca la habría confundido con un carro fúnebre. Es verano en Nueva York. Casi cuarenta grados a la sombra. El cubano reconoce el cruce de Broodway y la 47: ríe solo, de sus maldades se acuerda. Con disimulo, el dedo índice estampa su firma al vuelo.

Ahora Chocolate está de pie ante la barra de un bar lujoso. A esa hora, pocos parroquianos frecuentan el lugar —todos negros, de buen porte. Actores de Hollywood, trompetistas de Brooklyn, abogados de Harlem, héroes del desembarco por Normandía. Hasta el aire que se respira huele a billetes. No hay cristal que no sea bacará ni metal diferente al oro. La vida brilla. También brilla el whisky triple a las rocas que ha encargado al barman en un inglés callejero, mientras espera ser recibido por el misterioso admirador. Sus tres acompañantes le habían dicho que podía pedir el trago que quisiera, cortesía de la casa, y la última vez que se emborrachó con ese veneno de malta acababa de colgar los guantes para siempre, así que saborea cada sorbo para quitarse aquel mal sabor de boca. El hombre de los bifocales viene por él y con un gesto amable le indica que lo siga, cabaret adentro. Por los pasillos interiores trotan mulatas delgadas y traviesas, en mallas de bailarinas; el cubano las evalúa con el olfato: son joyas. La excursión termina en un despacho propio de un banquero. "El jefe no demora", dice el de los bifocales y se retira. Chocolate apenas tiene tiempo para recorrer con la vista la habitación porque segundos después se abre una puerta secreta, bien disimulada en la estantería del librero, y entra un negro en mangas de camisa y tirantes, de noble cara. Es el jefe.

— Hola —dice el recién llegado.

— Hola, campeón.

— ¿Me conoce?

— Quién no... ¡El gran Sugar Ray Robinson, vencedor de Jake La Motta y verdugo de Gavilán! Después de mí, tú eres el mejor boxeador del mundo, libra por libra —dice Chocolate, confianzudo, y hace un gesto chistoso para restarle grandilocuencia a sus alardes. Los dos intercambian risotadas, como jabs.

— Míreme bien. De veras, ¿no recuerda cuándo nos conocimos?

— No. No lo recuerdo.

Sugar Ray Robinson busca en la primera gaveta del escritorio y saca una gorrita de gamuza, color crema. Abre los brazos en cruz. Da vueltas en redondo, como un muchacho.

— ¿Tampoco le dice nada esta gorrita? Un día, hace muchos años, usted iba saliendo de un estudio de fotografías y se le acercó un niño de ocho años... ¿Recuerda? 1929... Navidad.

— Lo siento. De allá a acá, ha llovido mucho.

— Aquel niño le preguntó si en el boxeo podía ganarse mucho dinero... Y usted le dio una respuesta que cambió su vida... Dijo que sí, que con un poco de suerte y entrenamiento, dedicación, entrega, podía abrirse una buena cuenta en el banco y construir una casa para la familia y comprar un automóvil del año y tener una corte mujeres...

— Hasta ciento once, según mi cuenta. Uno, uno, uno, 111.

— Pero también dijo que la fortuna o la pobreza no era el tema importante. "El boxeo es un arte...

— ...y te da la posibilidad... —añade Chocolate como quien repite un parlamento de teatro.

— ...de convertirte en artista" —terminan de decir a dúo.

Chocolate toma la gorrita en la mano. La revisa. La huele. La dobla. Le queda grande en la cabeza.

— Eso es lo importante —dice Chocolate: —Está chula la gorrita.

— Ese niño soy yo.

— Ya lo suponía.

1. Inicio
2. II...
3. Back Bill, vencedor...
4. IV...
5. V...
6. VI...
7. Sugar Ray Robinson...
8. No lo entiendo...
   
 
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