www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
  Parte 1/3
 
Colonia: Ad infinitum
Entre dos espejos y un trago de Carta Plata. Divagaciones de un exiliado cubano en el carnaval teutón.
por JORGE A. POMAR
 

A los ojos de un cubano con una década en el exilio, los sucesos cíclicos del clima o la cultura local son a veces más de lo mismo, un dejà vu anunciado que, sin embargo, te pilla siempre desprevenido. Se desarrolla como en una pantalla en la cual —sobre todo tratándose de
Gente
Colonia. Noche de las Comadres.
carnavales y otros jolgorios populares— de algún modo nunca logras entrar del todo antes de acumular en las venas unas líneas de alcohol de más. Depende del estado de ánimo o de las necesidades (y mis necesidades, incluso las espirituales, están ciertamente cubiertas, pero anímicamente estoy en baja). El caso es que a menudo salgo de casa por la mañana, en un día laborable, y quedo boquiabierto ante lo que ven mis ojos: todas las tiendas y negocios cerrados a cal y canto; nadie o casi nadie en las calles. Hasta hace poco esa experiencia me producía la inquietante impresión de que, siguiendo un impulso ancestral, sin previo aviso todos los colonenses habían partido de madrugada hacia el sur, como en una de esas oleadas migratorias que desgraciaron al Imperio Romano.

Por ejemplo, hoy 27 de febrero empezó el carnaval en Colonia. Ignoro si las alegres escenas que estoy viendo en la pantalla del televisor son retransmisiones del año pasado o primeras mascaradas de 2003. Da igual. Entre ensayos, reuniones preparatorias (los clubes carnavalescos colonenses se cuentan por centenares) y las abundantes libaciones de rigor, ya desde noviembre al doblar la esquina o entrar a una taberna se da uno de bruces con un aquelarre de brujas de Walpurgis, un destacamento de coraceros suecos o una escuadra de fusileros napoleónicos en perfecta formación o vivaqueando en un plaza, el diablo con su luengo rabo lanceolado, cornamenta, tridente y corro de cándidas monjas, o con unos achispados carmelitas descalzos dándose largos tragos de espumante Kölsch (la irresistible cerveza colonense) en extravagantes jarras y a veces, como en el carnaval habanero, en un tibor donde sobrenada una gruesa morcilla de infalible efecto escatológico en el blondo líquido.

Con un poco de suerte, entre las implacables parodias de personajes políticos, se tropieza uno por estos días de juerga y desenfreno con una réplica viviente de Arafat, Castro o Michael Jackson. Sería de pésimo gusto, poco original y hasta peligroso, disfrazarse de Bush. Hace tres o cuatro años, en una Stunksitzung (sesión de teatro bufo previa al carnaval), entre las varias bufonadas sobre temas vernáculos, los organizadores intercalaron un desfile militar en el que, al son de bombos y platillos, tubas y cornetas, una delirante formación de soldados y milicianos cubanos de ambos sexos se desgañitaba cantando himnos de combate bajo efigies del Che Guevara y ondeantes banderas rojas con la hoz y el martillo. La hábil puesta en escena a lo Corea del Norte era todo una novedad temática en los últimos 40 años de historia del carnaval de Colonia. Por respeto o temor a la izquierda, nadie se habría atrevido a tanto. El hilarante espectáculo, titulado Die fidelen Kubänchen (Los fieles cubanitos), subrayaba el anacronismo castrista. Además de risa, me provocó un acceso de vergüenza propia y ajena.

Si uno anda distraído en estos días, puede quedar súbitamente ensartado en un descomunal y punzante tetamen de plástico detrás del cual no siempre viene precisamente una rubicunda valquiria. ¡Mucho ojo con eso! Aunque sospecho que también en los carnavales para gustos se han hecho sorpresas. O bien, chocas con una belicosa horda de vikingos que por razones obvias parecen tan auténticos como los de Erik el Rojo. Hoy, Altweiberfastnacht o Noche de las Comadres en el carnaval de Colonia, desde el anochecer las calles se llenan de grupos de mujeres solteras o casadas disfrazadas que salen solas en busca de diversión. Es la mejor ocasión para ligar sin más preámbulos. Pero este año yo mismo ya estoy "ligado" (como Dios manda, claro está), y más que ligado, casado, y más que casado, asquerosamente acatarrado. Y aunque, a diferencia de años anteriores, este jueves de comadres hay cielo despejado y temperaturas sobre cero, opto por quedarme en casa matando la tocedera, el malestar y la nostalgia. Primero frente al televisor, y luego frente al monitor de mi fiel barragana, la computadora.

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