www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
   
 
La Habana: Ruta 4
por MIGUEL ELADIO
 

La tarde de invierno cubre la desembocadura de la bahía. Al final del Paseo del Prado, en la esquina del cuchillo pegado a la gasolinera, está la primera parada de la 4. Las olas que rompen contra el Malecón tienen la misma fuerza que la cola.
La Habana
La Habana. Taxis, bicitaxis y camello.
Al fin la guagua dobla frente a la estatua de Juan Clemente Zenea, se detiene en Prado 20 para que bajen los últimos pasajeros que vienen de Mantilla, y arranca hasta la esquina en llamas. Mi mujer y yo montamos en el empuje-empuje, sin pestañear porque se te cuelan, con la alegría extraña de que apenas hemos esperado una hora.

A un mulato en tragos no lo dejan subir porque los asientos ya están ocupados. Discute al chofer:

—Ven acá mi hermanito, no te hagas el bárbaro —dice cadencioso. Lleva debajo del hombro un pepino plástico mediado de un líquido amarillento, pesado, apenas sin refinar en la destilería de Luyanó.
—La maraña con el inspector es mi fiesta, y me la busco sin darme un buche.
—Porque no soy tu social. Si no conociera a los guagüeros...
—¡Apúrese y deje la bobera! ¡Corra a la cola de los de pie! Está a mediación de cuadra.
—¿Y si se me cae el pomo?
—Entonces se va en la próxima. Está demorando al pasaje.
—Tú te lo pierdes, te iba a brindar...

Al fin arrancamos hasta la cola de los de pie. Ahí sí que los nubarrones del frente frío estallan contra la puerta de la 4. La fajatiña es un amasijo de codos punzantes, hombros, carteras, orejas aplastadas, gritos que suben antes que las bocas. Algunos tratan de forzar la puerta trasera, hasta que el guagüero grita que si la rompen se queda todo el mundo embarcado y sin navegar. Entonces yo mismo, y un flaco narizón, les gritamos que vayan por delante. La espera se desparrama como 15 minutos hasta que aparece un policía y corta el molote. El mulato arronado queda para la próxima, le hace un gesto feo al chofer. Veo cuando desenfunda el litro del sobaco y se empina un trago largo sin andar mucho, hasta el portal que se me pierde Prado abajo, hacia las crestas del oleaje habanero.

Avanzamos. Mi mujer suspira porque sabe lo que viene. La parada del Parque de la Fraternidad no tiene nada que ver con su nombre. Y la 4 tiene órdenes de parar. Nos detenemos como si fuera un apagón. Ahora sí que el guagüero abre las dos puertas, a ver si se meten más sardinas en la lata. ¡Sálvese quien pueda! Al poco rato acelera en punto muerto, para desprender del racimo a los más débiles. Varios hombres se agarran de las ventanillas, mientras una mujer, con un niño de unos siete años, desiste, grita algo que no entiendo. Las puertas no cierran, salimos hacia Monte con los colgajos. No hemos doblado todavía en Cuatro Caminos cuando un grito precede al seco sonido de una galleta:

—¡Se le vas a pegar a tu madre!
—¿Qué pasa aquí?
—Oiga, señora, ¿usted no ve que no cabe ni un alfiler?
—Póngase de espaldas.
—Verdad que hoy me tocó perder.
—Jamonero bien.
—Tranquilidad, tranquilidad, que bastante tenemos con estar aquí.
—Usted dice eso porque no se lo pegaron.

La 4 se salta las paradas. Nadie protesta porque todo el mundo va lejos, de 10 de Octubre para allá. Los grupos varados en las aceras sólo tuercen la cabeza. Nos ven pasar como si estuvieran despidiendo en el aeropuerto a un amigo que se va a Miami. Pero la roja en el semáforo de Vía Blanca desbarata la resignación. Varios hombres esperaban allí mismo que la roja detuviera la guagua para tratar de montarse. El racimo de la puerta trasera ya estaba acomodado cuando ellos arremeten. Discuten con un viejo que se baja en el próximo tramo y no quiere dejar su escalón. Al fin logran comprimirlo un poco, mandarlo a callar, abrir un espacio para las botas. Son dos reclutas con mochilas, entrenados en camiones rusos.

Subimos 10 de Octubre y siempre antes o después de las paradas nos detenemos a descargar. Menos en la iglesia de Jesús del Monte, cerca del hospital de Coco, donde el asalto repite el de Fraternidad. Mi mujer suspira de nuevo, la próxima es la nuestra y bajarnos será escalar el Everest. Nos ponemos de pie antes de Dolores. Poco a poco, adelgazando, avanzamos hacia la puerta. La 4 se detiene después de San Francisco. Abro paso. Me tiro. Logro agarrar a mi mujer. La ayudo a bajar. Nos miramos. En eso me doy cuenta de que al salir me robaron el bolígrafo. Ni se lo comento. A fin de cuentas tuvimos la suerte de en dos horas ponernos en la casa, y hasta vinimos sentados. La 4 tiembla, arranca hacia Santa Catalina.

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