www.cubaencuentro.com Jueves, 20 de marzo de 2003

 
   
 
New Jersey: Mejor solo
Guerra, antibelicismo y duplicidad. Matar, no matar o quién mata... ¿Cuál es la cuestión?
por ENRIQUE DEL RISCO
 

Ante el tenaz crecimiento de las marchas en contra de la guerra en Irak, me siento en la obligación de dar explicaciones de por qué no he participado en ellas. Pienso que me las van a pedir, porque sin dudas mi presencia ya se está echando en falta.
Manifestaciones
Manifestantes turcos llaman a una Intifada global contra la 'hegemonía estadounidense'.
Y no se trata del peso moral que mi humilde persona puede aportarle a las apretadas filas de millones de luchadores por la paz. Se trata de un peso mucho más literal. Es que ahora estoy pesando 220 libras (100 kilos exactos en el sistema métrico decimal), ya se sabe, a causa de esa ansiedad tan típica del exiliado cubano de comer como si al día siguiente fuera a implantarse una cartilla de racionamiento universal. El caso es que con mi abrigo puesto ocupo más o menos la misma circunferencia que una sequoia adulta, aunque un poco más baja, y eso, quiéralo o no, se echa en falta en cualquier manifestación.

Debo dejar claro que si no he acudido a ninguna de esas manifestaciones no es porque esté a favor de la guerra. Todo lo contrario. Los agudos argumentos aportados por Bush (Sadam es malo, Sadam quería matar a mi papá, Sadam tiene un bigote lo suficientemente grande como para esconder ojivas nucleares, Sadam es peor), aunque básicamente ciertos (incluidas las dimensiones del bigote de Sadam) no me parecen suficientes para justificar una matanza. Sí, porque no sé si deba insistir en esto: el único resultado garantizado de una guerra son los muertos. Y en abundancia. Y por abominable y tiránico que pueda ser Sadam, no lo es menos que nuestro querido Comandante en Jefe, y nunca se me ocurriría apoyar la opción de una guerra para derrocar al Comandante. Ninguno de ellos vale la destrucción humana y material que traería una guerra de esa magnitud. La cuota de destrucción que trae a La Habana la caída de un simple aguacero servirá de indicio para pensar que una bomba que caiga en Batabanó arruinaría toda la obra de rescate que ha venido haciendo el inefable Eusebio Leal en La Habana Vieja. Y por muy inteligentes que sean las bombas americanas, y por más que se les explique que le caigan arriba a un viejo loco y barbudo que se cree rey del mundo, nada garantizará que no terminen aterrizando sobre la estatua del Caballero de París, el más famoso loco que haya tenido Cuba antes de la llegada de la competencia. También los defensores de la guerra hablan de la necesidad de instaurar la democracia en Irak, lo cual, como idea, no es mala. Sin embargo, olvidan el detalle de que un elemento fundamental para cualquier democracia son los votantes, que por lo general suelen ser de un material muy poco resistente a los bombardeos.

O sea, que no es la falta de repugnancia ante la guerra lo que me impide sumarme a las manifestaciones. No. Debo confesar que el problema es la compañía. Por más vueltas que le dé al asunto no me entusiasma ir a manifestarme con gente que se indigna tanto con la posibilidad de que Bush se ponga a matar iraquíes mientras que, cuando los asesinos, potenciales o consumados, son otros, estos profesionales de la indignación se toman el asunto con mucha más calma. Porque cuando Sadam o cualquier otro tiranuelo se dedica a exterminar a quien le moleste, los mismos que ahora protestan permanecen impasibles, como si se tratara de una tradición lo suficientemente exótica como para que merezca preservarse. Tal parece como si matar o no matar no fuera el problema, sino, sobre todo, quién se dedica a esos menesteres. ¿Dónde se meten estos manifestantes cuando las FARC en Colombia asesina y secuestra; cuando ETA mata por toda España; cuando Fidel Castro hunde un barquito cargado de niños y mujeres? ¿O cuando los talibanes no encontraban nada mejor que hacer con un estadio de fútbol que usarlo de patíbulo de mujeres adúlteras? Es más, ¿dónde estaban el 11 de septiembre de 2001? Se trata, por supuesto, de preguntas retóricas, porque creo conocer la respuesta. Se encontraban donde mismo estaba yo cuando las manifestaciones recientes: sentados en el sofá, decidiéndose entre levantarse a buscar una cerveza o seguir cambiando los canales.

Y es que una manifestación va de eso, de unirse a la masa cuyas dimensiones expresarán por sí solas todo lo que se quiere decir (cuando se expresan por separado, se puede llegar a afirmar cosas como las que hoy le escuché a un manifestante entrevistado en televisión: "Es que se va a bombardear un país de 16 millones de habitantes que tiene 12 millones de niños". La muerte de un solo niño parece tragedia suficiente como para que haya que incurrir en esos absurdos matemáticos. De creer en las estadísticas del manifestante, en ese país de 16 millones nos quedan 4 millones de adultos, o sea, 2 millones de mujeres que deberán haber dado a luz 6 niños cada una, y eso, suponiendo que en Irak la infertilidad haya corrido la misma suerte que la libertad de expresión. Alguien me ha sugerido una opción que puede aclararlo todo: en Irak la mayoría de edad es a partir de los 40 años).

Ya sé que mis argumentos pueden resultar egoístas pero, sinceramente, en mi Bolsa Personal de Valores Negativos unas cuantas acciones de egoísmo pesan mucho menos que miles de hipocresía. E hipócrita es la indignación contra la guerra y la muerte cuando se manifiesta de forma tan asimétrica. Si después de toda esta explicación siguen echándome de menos en las manifestaciones, que les sirva de consuelo que en estos tiempos mi presencia cada vez tendría menos importancia: la dieta que estoy haciendo ha empezado a dar resultados.

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