www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
  Parte 2/2
 
La Habana: La cuartilla
Una cuartilla es algo más que una página de 8 por 11 pulgadas, cuyo número de líneas puede variar. Pero eso, décadas atrás, Raúl Rivero aún no lo sabía.
por RAFAEL ALCIDES
 

Cosa que ahora lamento, no me he visto con él más de veinticinco veces; quince de ellas encuentros de pasada, de esos que se quedan en un abrazo y cuatro palabras. Conversar, no creo que hayamos conversado jamás más de una hora seguida, y esto en los últimos tiempos: tres o cuatro veces que él vino a casa, de pasada para su trabajo de periodista independiente, y tres o cuatro que yo fui a la suya; pero no por eso nos hemos querido menos. Yo estaba en él y él en mí. Y siempre que nos veíamos volvíamos a hablar del gran amigo común al cual nunca perdió la pista, el legendario Asternán Carrasco, quien dicho sea entre paréntesis, ya que he venido mencionándolo, completando su leyenda de rebeldías —según me contara Raúl hace dos años—, fue tan cubano y tan soberbio y tan digno de nuestra mística que cuando oscuramente sintió a la Muerte allá en Miami tocándole en la puerta, le dijo: "Un momento, Señora", se fue al consulado de Cuba en Washington, donde le dieron el visado por tres semanas que le dan para visitar su país a los que se fueron, y cuando faltando días para que se le venciera la visa llegó militarmente la Muerte a buscarlo, lo halló aquí en La Habana, afeitado ya, fumando sin prisa y de pie en el umbral de la puerta, como había vivido.

Hoy Raúl Rivero está preso, condenado a veinte años de prisión. Cuando salga de la cárcel, si saliera, pues es un hombre enfermo y gordo que ha vivido la última década despidiéndose de su anciana y agotada madre cada vez que oía pasos en la escalera; pero si saliera, digo yo, si Raúl Rivero saliera vivo de la cárcel, tendría entonces setenta y ocho años, edad en la que muchas personas, escritores o no, cuando terminan de escribir un renglón han olvidado lo que decían en el anterior. Y tal castigo, ¿por qué? Por ser periodista. Por hacer lo que vino a hacer cuando vino a La Habana a estudiar periodismo en la Universidad, y que parece no haber hecho mal; pues lo han acusado de muchas cosas, pero todavía no he oído que lo acusaran de publicar mentiras, lo cual me lleva a pensar que si el Gobierno en vez de reprimir y encarcelar a los periodistas independientes les diera espacio, obtendría entre otras ganancias netas, las siguientes: 1) se enteraría de lo que en realidad está ocurriendo en Cuba, 2) podría prescindir por entero de la prensa oficial, ahorrándose así decenas de millones de pesos cada año; 3) dejaría sin colaboradores a Radio Martí y a las publicaciones de Miami y Madrid que tanto le preocupan; 4) no se volvería a ir Asternán Carrasco.

En fin, que ahora que a Raúl lo tienen preso a diario amanezco recordando aquella mañana de juventud en la que misterioso me preguntó qué era una cuartilla, cosa que después pasaban los años y él, como si me debiera algo, seguía comentándolo chistoso cuando nos encontrábamos, haciendo así que yo, que también puedo ser vanidoso, y de hecho lo soy con frecuencia, me sintiera su maestro de algún modo, alguien que una vez le enseñó algo. Éramos muy jóvenes, en verdad, cuando él me lo preguntó, y la vida en aquel tiempo parecía otra cosa. Tan otra cosa parecía, que yo tampoco sabía qué era una cuartilla. Sólo sabía que era una unidad de medida, pero sin haberme dado cuenta aún, sin haber reparado en lo que en realidad medía. Porque sí, una cuartilla es todo lo que yo le dije a Raúl Rivero aquella mañana de inocencias con el Capri de testigo, pero esa era sólo la mitad de la respuesta. La otra mitad era el precio que a veces hay que disponerse a pagar por escribirla, tal como lo haría él después, convirtiéndome de este modo a mí, el pretendido maestro de ayer, en un pobre, pálido, remoto aprendiz de discípulo.

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