www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
   
 
Santiago de Chile: Cuba como vicio
por CARLOS D. DíAZ MONTERO
 

La insignificancia tiene un placer especial. Ser o parecer insignificante está lejos de la acepción peyorativa que a veces se le pretende otorgar. Muchas veces estar lejos de la contingencia, ya sea pública o política, trae una paz interna tanto personal como social. Cuba, desde el año 1959, adolece de un protagonismo tan extremo como lacerante. La Isla se ha convertido en la típica artista de revista musical: siempre su nombre está alimentando noticias de grandes actuaciones, y otras veces sumergida en escándalos tortuosos.

Problemas de identidad
Problemas de identidad (Sandra Ramos).

Cuba es una especie de vicio, cuando el contagio se produce ya es muy difícil separarse de él. El acertijo principal de la adicción está en descubrir dónde se genera el hábito de consumir Cuba compulsivamente. La Isla, con el triunfo de la guerrilla insurgente, demostró la posibilidad de una antigua utopía. El triunfo de los sueños, la victoria que parecía imposible, representar a los que poco habían sido tomados en cuenta, aderezaron el nacimiento de un mito: la revolución cubana. El escenario estaba listo, sólo se necesitaba el maestro de ceremonia, ese conductor de programa sensacionalista, aquel que es capaz de encantar al público con un producto mediocre. Fue entonces que Fidel Castro, a través de una utilización efectiva de los medios de comunicación masiva, logró convertirse en la cara de la epopeya, se transformó en el Mesías vestido de verde olivo. Es aquí donde comienza la figuración extrema de la Isla. El dictador, en aras de convertirse en la estrella fundamental de la trama, sumergió al país en una puesta en escena de trascendencia incalculable. De esta manera, generó un enemigo al que no le costaba mucho interpretar este papel. Estados Unidos rápidamente aceptó el guión y con la necedad histórica que caracteriza al norteño país, pronto Cuba se convirtió en la heroína mártir con la que todos se sensibilizaron.

El gobierno cubano utilizó hábilmente esta ventaja. El papel bíblico de David servía para distorsionar, ante los ojos del mundo, las atrocidades que se cometían en la Isla. Desde el descalabro económico hasta las violaciones a las libertades fundamentales de los individuos, se escudaban detrás de la guerra que Fidel Castro se inventaba con Estados Unidos. El gran país del norte colaboraba alimentando aún más el mito. Sumido en una ciega prepotencia se sumergía cada vez más en su papel de villano. Con esta realidad funcionando es que la Isla se ve envuelta en una paradoja dantesca. La opinión pública mundial simpatiza con la cara externa del gobierno cubano, mientras se olvida de las penurias internas. Muchos habitantes de países latinoamericanos, inspirados por la revolución cubana, luchan contra sus dictaduras locales sin percatarse que el ejemplo es también dictatorial. Entonces comienza la adicción. A pesar de que Fidel Castro y su totalitarismo son nocivos, de todas maneras es consumido. La necesidad de la utopía vuelve adictos a los rebeldes del continente americano.

El mundo ha vivido a lo largo de la dictadura cubana, recuperaciones y recaídas, en su dependencia del caso cubano. Con el tiempo, cada vez más cubanos dejan la Isla con disímiles intereses, pero con un objetivo común: vivir en paz. Dejar la Isla significa, junto con un inmenso dolor, alivio. Abandonar un lugar donde la realidad margina los sueños sólo a la posibilidad de escapar, es un analgésico para el alma. Así llegamos los cubanos a nuestro nuevos destinos, llenos de esperanza y con la certeza de que la pesadilla ha quedado atrás. Sin embargo, el maleficio viaja con nosotros en el medio de escape; muy pronto descubrimos que la adicción a la Isla nos golpea. Cuba estigmatiza. Nunca logramos desprendernos de ese lastre. Con el vicio llega la confusión de los sentidos, la droga del fanatismo provoca un estancamiento del pensamiento y ninguna solución parece ser efectiva. Todo es emoción y desgarro, prisiones, amenazas, muerte, consignas. En uno u otro bando el discernimiento escasea, mientras el cubano común, ese que es y fue protagonista de una historia que muchas veces no comprende, sigue sufriendo las consecuencias de la falta de razón. Cuba está enferma y en su mal nadan miles de tristezas. El bolero de nuestra historia se ha vuelto dramático y sin un final visible. Los vicios siempre acaban con los que lo padecen, pero en este caso estamos perdiendo todos. Algún día despertaremos y veremos que la resaca de tantos años de adicción es posible superarla. Entonces tendremos nuevas utopías —quizás más reales— y nuevamente lograremos la insignificancia de un país que pretende salir adelante sin más protagonismo que el de su gente.

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