www.cubaencuentro.com Viernes, 18 de julio de 2003

 
   
 
Nueva York: De caballerito a führercito
por EMILIO ICHIKAWA MORíN
 

Según Borges, la técnica o arte de injuriar recomienda elevar desmesuradamente, o irracionalmente, la significación real del personaje que deseamos denostar. Él, tan sutil, refirió que los enemigos de Dante le decían, por escrito —que es lo esencial ofensivo—, Il Signore Dante. Si se usara ese método contra gente conocida, pudiera dar los siguientes resultados:

Embajada de España
El castrismo al desnudo: Manifestación frente a la embajada española en La Habana.

—El académico Ronaldo.

—Simpático el Plácido Domingo.

—El tolerante Castro.

Pero no. En lugar de subir el riesgo, como recomendaba Borges, Fidel Castro prefiere minimizar la significación de sus rivales, sobre todo si son políticos. Aunque les quiere ofender, los desprecia: La ofensa es un modo torcido de admiración, una dádiva comparada con el desprecio. En el fondo no odia a sus enemigos (¿sabe Castro de un sentimiento tan humano como el odio?), no los rechaza. Incluso, creo que les quiere, y hasta le inspiran un poco de lástima.

El problema radica en que los contemporáneos políticos de Castro no son sus contemporáneos históricos, o viceversa. Fidel Castro es un político de la época de Batista (oh, cuánto le debe…), de Kennedy, de Krushov. Un hombre de los 60. Ha sido hippie y yuppi a la vez. Ha criticado la guerra en Vietnam y apoyado la guerra en Irak. Nació en una finca, y está a punto clonarse.

Es, en rigor, un sobreviviente de épocas. De ahí que se burle de políticos jóvenes que para él no son más que advenedizos, aficionados. Gaviria es, en su mente, un cafeterito; Fox, un rancherito; Menem, un tanguerito; Clinton, un lindo, y el propio Aznar, ya se sabe. La burla contra algunos recién electos presidentes latinoamericanos es mejor ni mencionarla, sería demasiado penoso; abusiva, como aquella mirada que dirigió al joven presidente de El Salvador, más justiciera que realista.

Hay dos personas que me han enseñado como ninguna Universidad la calidad política de Fidel Castro: una es Roblán, dramaturgo de Miami; otra, el Sub Comandante Marcos. En una obra teatral donde Roblán, imitando a Fidel Castro, hablaba con Hugo Chávez, le decía: "Mira Hugo, ¿sabes por qué nadie te cree? Porque para decir una mentira primero tienes que creértela tú mismo". Marcos se atrevió a decir que era "Sub" y no sólo, a secas, Comandante: "porque el verdadero Comandante es el pueblo". A Fidel Castro le gustó tanto esa salida que no se lo perdonó. Una cosa más a propósito de estas interpretaciones torcidas de nuestra historia. Dice un amigo que al Che Guevara lo mató el fotógrafo Korda. Cuando Castro vio la sacra foto que le había hecho al argentino, le gustó tanto, la envidió tanto, que no pudo perdonar al genio de la imagen. Pero esto es una broma cubana de las más comunes.

Cuando Fidel Castro dijo a Aznar "caballerito" en el año 98, la opinión pública española se molestó; incluso, el Partido Socialista de González lo consideró una ofensa, elemento que demuestra a los postmodernos que el orgullo nacional está vigente más allá de cualquier pasaporte transnacional o político. "Caballerito" indica una incredulidad respecto a la España tradicional. Es el reconocimiento, en aquel año de 1998, de que Cuba prefería la modernidad protestante del norteamericano a la modernidad católica del sur. Sí, porque la teoría general de Weber es contrafáctica, como muestra la producción minera en el país vasco a fines del siglo XIX.

La discusión con Aznar, en el año 98, estuvo plagada de metáforas ajedrecísticas: mueve ficha tú; no, tú primero. El juego entre Cuba y España no es interesante: siempre acaba en tablas. Racial y culturalmente, por supuesto, Fidel Castro jugaba las fichas blancas. Ser parte de la alta clase cubana es su gran obsesión.

Al decirle ahora "führercito", más que "caballerito", Castro se está presentando como demócrata ante un Gobierno que ha accedido a escaramuzas militares multinacionales. Aznar ha hecho una jugada pragmática: España es una potencia vencedora en la última guerra, y eso le traerá dividendos. Aznar no está razonando según el estilo del Ministerio de Guerra y Ultramar que exigió al Almirante legendario que se inmolara frente a las costas de Santiago de Cuba. Está pensando según los patrones de la pragmática anglosajona. Aznar, paradójicamente, ha realizado los sueños de la generación del 98, satisfaciendo las expectativas de una España ansiosa que resumió genialmente Blasco Ibáñez: "Tener importancia europea y hombrearse con los Estados Unidos".

El  problema es que ésa es una aspiración práctica y no moral, como pensaban Azorín o Machado. Es un camino que debe cubrir no el caballerito, tampoco el fuhrercito, sino el "capitalistico" emprendedor que es, en el fondo, el presidente español. Ahí, Castro tiene un problema.

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