www.cubaencuentro.com Miércoles, 23 de julio de 2003

 
  Parte 1/2
 
Contramaestre: De tribunales y otros demonios
Justicia por clemencia. Según fuentes familiares, algunos abogados actuantes en los juicios contra disidentes se saltaron el guión del gobierno cubano.
por BEATRIZ CALDERóN
 

En el mismo "Palacio de Justicia" en el que debió ser juzgado Fidel Castro, hace justamente 50 años, se realizó el juicio contra los disidentes políticos y luchadores pacíficos en Santiago de Cuba. Allí estuve, temprano en la mañana, frente a la mole arquitectónica de corte fascista-faraónica. Fui con la esperanza de que me dejaran entrar al proceso en el que eran juzgados varios amigos, pero no me dejaron pasar. El juicio, además de sumarísimo, fue a puertas cerradas. No se
Palacio de justicia
Palacio de Justicia, Santiago de Cuba, 50 años después.
notó en las brevísimas tomas de televisión, porque llenaron la sala con adictos al régimen. Sólo cuatro familiares por preso (en la Habana menos aún, sólo permitieron uno o dos) pudieron entrar a "la escena del crimen". Según contaron los familiares, cuando entraron la sala ya estaba llena de viejos "combatientes" de la revolución. Lo de "viejos" no es eufemismo: el personal era veterano de verdad. Parece que los "compañeros" tenían miedo de que las mentes de los jóvenes —menos cerradas y menos comprometidas— pudieran ser víctimas de contagio por las ideas que allí se iban a discutir, y por supuesto, a condenar. ¿Miedo o precaución?

Para quien vio el juicio del general Ochoa por televisión, ¿qué interés puede suscitarle esta "vista", que además ya estaba "oída"? En una causa como esa todo funciona como una perfecta obra de teatro, previsible, nada nuevo. Los jueces te miran amenazadoramente. Se nota que estás condenado desde antes de entrar a la sala. Los abogados se disculpan por tener que defender a semejantes "sabandijas antisociales"; los fiscales truenan, acumulando pruebas incriminatorias. Al final, los abogados defensores pedirán clemencia a la "justa revolución". Claro, aquí no hay división de poderes: la revolución hace las leyes y ella misma te detiene; luego te lleva a su propio tribunal "revolucionario" para luego depositarte en las cárceles, cuyas condiciones nada le tienen que envidiar al infierno mismo de Dante. Detrás de ese perfecto juego de ajedrez, la mano diestra de un maestro mueve todos los hilos.

Hace 50 años —por estos mismos predios— se juzgó a otro grupo de jóvenes. Su delito: el asalto armado al Cuartel Moncada, segundo en importancia del país. Decenas de muertos y heridos fueron el resultado de aquella gesta (o mas bien gesto), incluidos los supervivientes vilmente asesinados por el tirano Fulgencio Batista. Fue un gesto loco, que hizo famoso al hombre que regiría los destinos del país en las próximas cuatro décadas. Más de 80 cubanos murieron ese día.

Los jóvenes disidentes que este año fueron juzgados no asaltaron ningún cuartel. No se les ocupó ningún arsenal con armas largas o cortas, granadas o balas, ni siquiera aquellos cócteles Molotov, que al calor de la contienda contra Batista aprendimos a hacer los muchachos de mi tiempo. No tenían en su poder ningún plan de secuestro, ningún plan de ataque. Nada. Se les ocuparon libros, revistas, papel, lápices, algún que otro fax, cámaras de vídeo y fotográficas. Así de sencillo. Así de claro. Se les acusaba de tener unos pocos dólares. Se les echaba en cara que esos dólares vinieran de EE UU. ¿Y de dónde iban a venir? ¿Acaso no vienen de allá los mil millones que hoy apuntalan la maltrecha economía nacional?

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