www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
   
 
Santiago de Chile: Humanización de la política
Uno de los grandes obstáculos que enfrentará la democracia del porvenir en la Isla, será sacudirse los más de 40 años en que la política ha sido una jaula de fieras.
por MIGUEL CABRERA PEñA
 

Desde que Fidel Castro empuñó las armas en las pandillas universitarias, y luego para derrocar a Batista, entendió que la política era un acto deshumanizado. Esa conclusión la ha puesta en práctica, a pie juntillas, el resto de su vida. Es común que así suceda con los que acceden al poder mediante la violencia.

Fidel Castro
¿Alta política?

José Martí, que será siempre nuestra luz, estaba decidido a humanizar la política, y por eso dijo aquella frase estremecedora, precisamente él, que preparaba entonces una guerra contra el colonialismo: "el respeto a la libertad y el pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es mi fanatismo: si me muero, o me matan, será por eso". En pro de la libertad primero y por la democracia después, estaba nuestro poeta dispuesto a morir.

Castro no sólo deshumanizó la política en sus fines —cárcel, hostigamiento, paredones—, sino en sus relaciones, vericuetos, pulsiones diarias, redes y contactos personales imprescindibles. ¿Quién, aunque posea la imaginación más estrafalaria, imagina al "comandante" reunido con la oposición, intercambiando criterios civilizados con ella? ¿No se considera traidor en Cuba al militante comunista que mantenga tratos no ya de amistad, sino al que salude, con el más simple "buenos días", a un opositor?

Si se entiende que la política, la vida social y cultural se hace en continuas y a veces ásperas negociaciones, como escribiera Antonio Gramsci, con su ya añeja actitud la dictadura en Cuba obstruye todos estos canales, no proporciona vía alguna para el avance de la nación. Porque la ausencia de relaciones entre los políticos estorba en primer lugar el avance del país, su desarrollo. Esta es sin duda una de las causas de la precariedad de la sociedad cubana.

Recientemente, en Chile se dio un caso que ilustra por qué este pueblo se encamina por senderos seguros hacia el progreso. Gladys Marín es aquí la máxima autoridad del Partido Comunista. Su postura es la de una ferviente opositora, a veces casi hasta la idolatría. No hay medida del gobierno que ella no apuñale, desdiga, impugne y señale como error descomunal. Pero en la derecha es donde la Marín tiene a su peor contrincante, a su enemigo confeso. Contra ella sus palabras no son palabras, son, literalmente, cañonazos.

Los medios de información anunciaron recientemente que la dirigente está enferma, de cierta gravedad, pues padece un tumor cerebral. Todos sabemos qué sucede en Cuba cuando un dirigente opositor enferma, muchas veces a causa de las condiciones terribles de la cárcel. Absolutamente nada. A veces, según informes, hasta se le niega atención médica.

Pues al anunciarse en Chile la enfermedad de Gladys Marín, ocurrió algo inusitado para quien se acostumbró a la manera de hacer política en Cuba. En las instancias del poder isleño se pensaría —si fuera el caso de un disidente no preso—, más o menos así: si está enfermo, que se las arregle como pueda.

Lo primero que llamó la atención fue el despliegue informativo, que incluyó entrevistas con la Marín, sus allegados en el Partido y médicos que la atienden. El despliegue tuvo lugar no sólo en periódicos y en el canal televisivo del gobierno, sino en el de la iglesia católica y en los de tendencia radicalmente contraria a la visión del mundo de la amiga personal de Fidel Castro. El tono —también generalizado— era de sincera preocupación. Casi de inmediato La Moneda, además, ofreció su cooperación material. Joaquín Lavín, el líder de la derecha, fue a visitarla al hospital donde se encontraba ingresada. Otras personalidades hicieron lo mismo.

Alguien podría pensar que muchas de estas actitudes son puramente protocolarias. Puede ser. Pero aquí se señalan las bases de la armonía, capacidad de intercambio, posibilidad de comprensión entre los distintos actores de influencia. No existe otro fundamento sobre los que impulsar los anhelos más profundos de un país.

Por cierto, que uno de los grandes obstáculos que enfrentará la democracia del porvenir en Cuba, será precisamente sacudirnos los más de 40 años en que la política ha sido una jaula de fieras, donde el otro nada vale, de nada sirve, nada provee.

Como hace la filosofía actual sobre más de una idea vieja, los próximos líderes de la Isla deberán reconocer que a la verdad sólo nos acercamos, que si le decimos al otro que la nuestra es la verdad, lo estamos oprimiendo, obligando a callarse o a seguirnos. Y esto, en el fondo, no es más que tiranía, contra la cual Martí estuvo dispuesto a morir dos veces.

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