www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/3
 
Washington: Revolución democrática
¿Qué hubiera ocurrido si los padres fundadores de EE UU hubieran deseado permanecer 44 años continuos en la presidencia del país? La Constitución norteamericana, ejemplo y vigencia.
por ALBERTO F. ÁLVAREZ GARCíA
 

Aunque está muy divulgada la idea de que "las revoluciones no son un camino idóneo para crear un gobierno", desde una posición opuesta puede señalarse que las revoluciones y la violencia han desempeñado un destacado papel en el avance de la sociedad. Esta última consideración hizo decir a Carlos Marx que las revoluciones pueden ser consideradas las parteras de la historia.

Capitolio de EE UU
Capitolio de EE UU.

Sin embargo, cuando se trata de analizar la relación entre revolución y construcción de una sociedad democrática, el asunto asume una mayor complejidad. Barrington Moore, en su libro acerca de las revoluciones y el origen de los gobiernos (The social Origins of Dictatorship and Democracy, 1966), argumentó que "las revoluciones son necesarias para la democracia", aunque señalaba que el contenido y papel de las mismas han sido diferentes, teniendo en cuenta la diversidad de los casos, y que los rasgos de ellas han dependido más de configuraciones y trayectorias particulares que de tendencias generales históricas.

Al estudiar la dinámica revolución-democracia, Moore encontró que las democracias políticas tendrían mayores oportunidades de instrumentarse en países donde el poder económico y social de la aristocracia terrateniente disminuyera en relación con el de la burguesía, y cuando la agricultura no era el modo predominante en la producción. Siguiendo ese análisis, vemos por ejemplo, que fueron diferentes las condiciones particulares y locales que asumieron las revoluciones independentistas en América Latina —entre 1810 y 1822— con respecto a la Revolución Americana de 1776; también, hay significativas diferencias cuando comparamos esta última con las revoluciones inglesa, francesa y las producidas más tarde durante el siglo XX.

Al contrario de las revoluciones atlánticas de los siglos XVII y XVIII, en el XX las transiciones revolucionarias tendieron a la construcción de regímenes unipartidistas o de partido dominante. Las revoluciones rusa (1917), mexicana (1929), china (1949) y cubana (1959), respaldan esa consideración de que las transiciones revolucionarias del siglo XX raramente evolucionaron hacia formas de competencia política, oposición libre, tolerancia para la rotación del poder y libertad de asociación.

En este sentido, podemos expresar que la revolución de Estados Unidos fue coronada con éxito; alcanzó el nivel de una revolución profunda en lo económico, político y social, que trajo a sus ciudadanos el progreso social, cultural y un sistema democrático que, además, se constituyó en el más importante paradigma de la civilización occidental de su tiempo.

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