www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Adorables engendros
¿Las inventivas del cubano de a pie sobrepasan los límites de la cordura, o es que la gente del mundo real se vuelve cada día más impresionable?
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

El sueño de Guille, un orate de la calle Clavel, en El Cerro, era ver en colores las películas de balasera y puñetazos que pasan los sábados. Así que se puso a inventar. Y ahora resulta que el televisor de su casa, un viejo Krim soviético, ya no es en blanco y negro, sino en azul, luego de un embadurnado con la brocha gorda que dejaría sin resuello al mismísimo pintor del cielo.

Camión balsa
Estrecho de la Florida: 'Camionautas' en acción.

Por supuesto que Guille no sacó de la nada esa inspirada vocación. De casta le viene al galgo. Y es hecho cierto que todos en su entorno son dados a la inventiva.

Hace unos años, Paula, la madre, ideó un sustituto de tinte para el cabello, producto en extinción, aunque de muy alta demanda entre las descoloridas cabezas del vecindario. Hoy este invento permanece en reserva, no sólo por la escasez de su materia prima —el polvo negro que sirve de relleno a las pilas de linterna—, sino porque es necesario esperar que vuelva a salirle el pelo a sus usuarias.

A tres cuadras de la casa de Guille, vive su primo Arturo, El Mueca, quien se autotitula inventor del Rikinbile, bodrio con finas ruedas de fotingo, motor de lavadora rusa, mecanismo de arranque extraído de un horno de panadería, estructura de triciclo, cloche de una motoneta con la marca Berlín y el fogueo de dos guerras mundiales, caja de velocidades de un tractor, y combustible del que venga, sea alcohol de bodega, gas licuado o gasolina de avión.

Según suele comentar su propio creador, sobre un Rikimbile cualquiera se pone de suerte y llega, aunque lo más posible es que no llegue, y aún más que posible, seguro es que explote antes de llegar. Claro que El Mueca no habla en serio, lo comenta sólo por darle propaganda a su ingenio.

Por otro lado, Regla, una tía de Guille, se sostiene gracias a la venta del chorizo negro, que ella misma fabrica con plátano verde hervido, sal, orégano y sangre de vaya usted a saber qué animal. Norberto, cuñado de la tía, hace su agosto en la crianza y explotación del majá amaestrado para brujerías. Mientras que el mayor de sus hijos, dice que ingeniero, ha devenido artífice de innovaciones a la carta. Lo mismo convierte una plancha en fogón eléctrico, que una batería de camión en lámpara a prueba de apagones, un bidé en fregadero, una batidora en ventilador, o un ventilador en propela altamente confiable para buscar la libertad entre las fauces de los tiburones del golfo.

Pero ¡qué prole tan loca!, exclamaría cualquiera desde lejos. Ante lo que puede ripostar el común mortal de por acá: caramba, la gente del mundo real se vuelve cada día más impresionable.

Y es que los parientes de Guille, lejos de ser una nota discordante dentro de esta sinfonía heroica que es vivir hoy en La Habana, representan la media, el justo molde. Al menos así sucede entre los habaneros que cuentan, los del montón y el barrio, no los de la cúpula politiquera o los oligarcas de la intelectualidad, que son parches de la misma tela, por más que insistan en venderse envueltos en papel celofán.

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