www.cubaencuentro.com Martes, 07 de octubre de 2003

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Isla adentro
Minas sin cobre y con hambre. La cruda realidad de dos pueblos cubanos.
por ORIOL PUERTAS
 

Dos artículos publicados recientemente en la prensa cubana —casi uno a continuación del otro—, muestran las tribulaciones de los habitantes de dos pequeños pueblos, perdidos también en dos estrecheces: la alargada geografía insular y las notables carencias que sufren como consecuencia de la crisis económica y la cerrazón castrista. Son apenas un par de ejemplos del deterioro creciente de la vida en la Isla, algo que salta a la vista sólo con recorrer mínimas partes de cualquiera de las catorce provincias en que se dividió el país en 1976.

Minas de Matahambre
Minas de Matahambre. Historia y desolación.

El primero se refiere a Minas de Matahambre, un pueblo entre los más occidentales de la Isla, que a juzgar por su situación actual le devolvería a Pinar del Río, su provincia, la condición de Cenicienta. Así se le llamaba hace más de medio siglo a Vueltabajo, la tierra del mejor tabaco del mundo, debido al tétrico panorama de desesperanza y pobreza reinantes allí. Hoy, los manuales escolares y la propia prensa repiten que luego de 1959 todo cambió para aquellos pobladores, embargados a partir de entonces en la edificación de una sociedad nueva con espacio para todos —al menos eso dicen— y acceso libre a los servicios médicos y la educación.

Perdonando la digresión, quizás no les falte un poco de razón, pero habría que agregar algunas obviedades: Castro expulsó a los ricos y repartió la pobreza, alfabetizó a miles y después prohibió pensar, enseñó a leer y luego proscribió los libros, repartió la tierra y las hizo improductivas. En resumen, dictaminó la condición de desposeídos en suelo propio, siguiendo la "buena ruta" que había fijado Lenin, su admirado paradigma, desde que mandó a masacrar a la familia zarista y recetó el hambre para millones de almas rusas.

Lo que emana de su terca filosofía de poder puede comprobarse sólo con releer las líneas de este artículo sobre la legendaria localidad que albergó, hasta abril de 1997, la mayor mina de cobre del país. En un día nefasto para su gente, el gobierno ordenó el cierre definitivo de las operaciones del yacimiento, alegando el más abrumador conjunto de problemas: altos costos de explotación, irrentabilidad —se dice que las pérdidas alcanzaron el millón de dólares—, caída de los precios en el mercado mundial, sobreexplotación, elevados gastos energéticos y pésimas condiciones de trabajo, entre otros.

Aunque el periodista apunta que todavía allí "se respira vida, mucha vida", tal vez para no ser tildado de escéptico y que se autorizara la publicación de su trabajo, la realidad parece inclinarse más hacia la asfixia. Al trauma de tipo cultural que impuso tan polémica decisión, se sumaron las escasas opciones que quedaron como alternativas económicas para los lugareños. Tras ocho décadas de asiento de numerosas generaciones en casi 200 kilómetros de galerías mineras, familias enteras que ligaron su destino a extraerle el mineral a las frías profundidades también han visto fenecer, además del sustento, los pocos paliativos que les dejaron en suerte, como el intento de montar una fábrica de tabaco o inversiones estatales que no acaban de llegar.

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