www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Fuera de combate
por JOSé H. FERNáNDEZ
 

Como buen peso completo, el totalitarismo prefiere ganar todas las peleas por K.O. No confía en otras decisiones más que en la de su pegada, contundente, noqueadora. Y también como a los buenos superpesados, suelen sacarlo de sus casillas aquellos rivales que logran resistir la embestida.

Bicitaxi
Bicitaxista: trabajo duro, vigilado… entre la espada y la pared.

Este es el caso, en Cuba, de los trabajadores por cuenta propia, a cuya cuenta, que es cualquier cosa menos propia, corre hoy el calificativo más feo del idioma: cuentapropistas.

Luego de haber subido al cuadrilátero por accidente, dentro de una coyuntura en la que el gran pegador requería conteo de protección, estos puchimbás con forma humana se han visto obligados a defender su integridad de campana a campana, contra la soga todo el tiempo y expuestos a una andanada feroz, demoledora, en la que por no faltar, nunca faltan codazos, cabezazos ni golpes bajos en la más amplia gama que recuerde la historia del pugilato.

Y he aquí que durante muchos asaltos resistieron de pie la pateadura. Cierto es que iban perdiendo su potencia y su número. De los 208.500 existentes en 1995, apenas tres años más tarde quedaban 170.000, y hubo épocas en que se reducían a razón de 600 por mes. Sin embargo, los restantes eran todavía más que suficientes para obligar al pegador a sudar la camiseta.

Se sabe que cuando los completos no pueden tumbar de un sólo puñetazo a su adversario, apelan a una variante desesperada donde ya no median la técnica ni la compostura. Buscar un golpe de suerte deviene entonces su única estrategia, su obsesión.

Fue así como aquellos puchimbás sobrevivientes debieron enfrentar la arremetida de un competidor nervioso, fuera de quicio y que además no reconoce una manera mejor de competir que mediante la bruta imposición de su cañona. Disposiciones legales, impedimentos, prohibiciones de toda laya, acosos lanzados a diestra y siniestra con el único fin de meter en cintura al contrincante que, entre otras lindezas, estaba demostrando hasta qué punto resulta ineficaz, absurdo, el poder concentrado en un puño, por opulento que sea.

A lo largo de más de treinta años, ni aun cuando —se dice— éramos suministrados abundantemente por el campo socialista europeo, fue posible hallar en las tórridas calles de La Habana un refresco para saciar la sed. Varias generaciones de niños habaneros desconocieron el sabor de la tartaleta, el eclear, el masareal y otros dulces comunes. Estos productos, al parecer considerados vicios del capitalismo, serían resucitados por los cuentapropistas a finales del siglo XX. Son ejemplos simples, tomados al azar entre muchos, para que se comprendan los motivos del supergolpeador.

De tal modo continuaron en picada las defensas del puchimbá. Hoy no queda ya ni la tercera parte de lo que un día fueron. Aunque aun serían bastantes para poner en ridículo al forzudo. Sólo que el puño loco parece haber hecho blanco con un golpe de suerte. Resulta paradójico y hasta triste. Pero todo indica que donde no pudo la fuerza, finalmente podrá su detritus.

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