www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
La Habana: Masificar el tedio
Gigantismo e ineficacia: el gobierno cubano multiplica arbitrariamente los recursos humanos en la cultura, mientras infraestructuras y economía siguen de mal en peor.
por ORIOL PUERTAS/JAIRO RíOS
 

Una imagen de las más comunes, en cualquier ciudad cubana, es la del contrabajista de la orquesta del pueblo cargando al hombro o en bicicleta su voluminoso instrumento. Tampoco es extraño pasar por algún barrio periférico y escuchar el sonido agudo de una trompeta.

Fidel Castro
¿Masificar la cultura o la ideología única?

Ahora abundan también las presentaciones de libros, incluyendo poemarios, que dan vivas a la revolución y refieren el impacto del embargo en todos los órdenes de la vida del cubano. Y si el pueblo donde viven ha tenido la suerte de ser escogido como sede para realizar alguna tribuna abierta, de esas que pasan sábado tras sábado por la televisión nacional, entonces todo el país comprobará los avances locales de la denominada "masificación de la cultura".

Para el desgobierno, estos son logros palpables de su gestión en el mundo cultural. La música y la literatura son dos de las esferas artísticas que atienden especialmente en la red de casas de cultura, presentes —de manera muy precaria en la mayoría de los casos— en municipios y localidades de la Isla.

Hoy el estribillo de moda habla de convertir a Cuba en la nación más culta sobre la faz de la tierra. Hacia ese fin dirigen sus acciones quienes llevan sobre sus hombros la ardua responsabilidad de mantener contento al gobernante, cada vez que se le ocurran nuevos dislates. Que nadie levante su voz para inquietar con preguntas políticamente incorrectas. Que nadie objete nada. Como dice un bocadillo de la más reciente película cubana, Roble de olor: "El Capitán General lo sabe todo".

Pero sucede que antes, a principios de los años ochenta, cuando se extendieron por todo el país las oficinas del flamante Ministerio de Cultura y se impulsó la creación de las casas de cultura, nadie hablaba de un empeño así de inmenso y paradójico. Lo importante era expandir los ideales de una cultura socialista contra las élites y, de paso, contribuir a la consolidación del movimiento de aficionados, una idea que quizás en algún momento tuvo algo de sano, pero que luego la práctica —a fuerza de tanto paternalismo— fue desvirtuando hasta convertirlo en consuelo para nadie.

No era nada altisonante escuchar a tantos funcionarios de efímero vuelo y largos discursos decir que de aquellos talleres literarios saldrían los Premios Nacionales de Literatura del futuro. O que de los improvisados escenarios saldrían los nuevos cantores a las victorias del invicto Comandante en Jefe o los émulos del proestalinista Bertolt Brecht. La isla entera se llenó de obreros, milicianos y estudiantes que soñaban con llevar al pentagrama, el lienzo o la letra impresa la pureza de sus más caras doctrinas.

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