www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
   
 
La Habana: ¿Un icono para mañana?
Muchas biografías del Che pueden encontrarse en librerías de medio mundo, excepto en Cuba, donde el gobierno oculta la promesa guevariana de que la Isla sería en los sesenta la nación más industrializada de Latinoamérica.
por ORIOL PUERTAS
 

El mito continúa. Cada año, cuando van acercándose las fechas que marcaron su vida, el tributo al Che Guevara en Cuba sube de tono y a cualquiera le queda la impresión de que estamos siendo víctimas —a estas alturas del juego— de una de las labores de marketing hagiográfico más persistentes de la historia.

La Habana
Che Guevara: omnipotencia icónica del paisaje urbano.

Aquel que fue pieza clave en la cúpula guerrillera y luego quedó para lema de escolares, reaparece con renovada fuerza entre los iconos televisivos que martillan la "heroicidad" de la gesta castrista ante los ojos de los cubanos, más necesitados de certidumbres para el futuro que de parrafadas deificadoras.

Acaban de cumplirse 36 años de su muerte en un perdido sitio de la geografía boliviana, bien lejos de la Isla —donde contribuyó a aupar y fortalecer una de las más implacables dictaduras de este hemisferio—, y mucho más cerca de su Argentina natal, país hacia el cual pretendió en algún momento dirigir también su fiebre insurgente.

Para muchos cubanos, la figura de Ernesto Guevara es algo más que una compleja simbiosis de las mayores virtudes y los peores defectos de un ser humano. Quienes lo admiran, enarbolan su honestidad como dirigente dentro del naciente aparato gubernamental, la capacidad para sobreponerse a enfermedades y carencias físicas, la intransigencia casi suicida y su lealtad al caudillo, a pesar de las divergencias.

Pasan por encima del otro, del comunista empírico, un fundamentalista con todo cuanto oliera a capitalismo y a la suma de libertades que éste propicia, el rabioso represor de toda oposición, el impulsor del trabajo forzado, la centralización económica y de esa suerte de gulag criollo que fueron las UMAP, entre muchas otras medidas que todavía hoy se sufren como si viviéramos los albores de esta pesadilla.

Muchas biografías del Che pueden encontrarse en librerías de cualquier parte del mundo, excepto en Cuba. Las escritas por Jorge Castañeda o Paco Ignacio Taibo II, por ejemplo, circulan clandestinamente de mano en mano y son leídas con vehemencia dentro de la Isla. Aquí abunda otro tipo de material sobre el llamado Guerrillero Heroico. Su efigie se reproduce en toda superficie posible: postales, calendarios, pulóveres, banderolas, pegatinas, vallas, llaveros, billeteras, materiales de oficina y hasta ceniceros, productos que se comercializan en dólares y para turistas. Se sirven de su mito y no importa que la verdad espere.

Por esas maniobras de ocultamiento —otra más, sólo que en este caso se ha tratado hasta de cambiar la historia— tan gustadas por la propaganda del régimen en torno a su figura y su legado, el cubano desconoce qué hay realmente detrás de tanta carnavalización. Esa ignorancia lleva a muchos a exagerar sus rasgos, los negativos y los positivos. En Cuba siempre se habla de su caída en combate el 8 de octubre, jamás de su fusilamiento el día 9.

Se insiste en mentir sobre su periplo en motocicleta por varios países sudamericanos, cuando en realidad tuvo que abandonarla a pocos kilómetros de Buenos Aires. Perdura el mito de la no aclarada transacción que menciona Gutiérrez Menoyo entre el Che y el oficial de Batista durante la toma de Santa Clara, además de la falsedad del descarrilamiento del tren blindado.

Permanece el vacío historiográfico sobre sus movimientos a partir de 1964. Se encubren sus discrepancias con Castro, con su hermano Raúl y otros dirigentes —fue famosa su polémica con el economista Carlos Rafael Rodríguez—, sus días en Argelia, su ruptura con la URSS y el acercamiento a China en los últimos años, así como la locura de la campaña africana y los detalles del fracaso boliviano.

Por el contrario, al dictador le conviene seguir sacándole dividendos de toda clase a mentiras tan universales. Mucha gente aquí dentro y en el mundo venera la imagen pop del guerrillero con boina. Por ello se prefiere silenciar las meteduras de pata del Che y resaltar sus más que discutibles dotes como economista o como funcionario al frente de la Banca y del Ministerio de Industrias. El debate de lo nefasto de su gestión en los primeros años de gobierno revolucionario está postergado. No tiene cabida hoy, como tampoco la respuesta para la pregunta de adónde fue a parar la promesa guevariana de que la Isla sería, al término de los sesenta, la nación más industrializada de Latinoamérica.

Sólo el futuro dirá si ese debate pertenece al territorio de una Cuba democrática, ese momento que no debe demorar mucho más cuando los cubanos comencemos a enterarnos de tantas cosas y a armar —sin fichas escondidas— el rompecabezas de nuestra historia. Bastaría con comenzar a descorrer desde hoy el velo de falacias con que han cubierto al mártir de La Higuera, desde el mismo día que se convirtió en mito. Pero el castrismo no cede.

La verdad espera.

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