www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
  Parte 1/2
 
Barcelona: A la carta
De La Bodeguita del Medio a Los Caracoles: afinidades y lejanías culinarias entre La Habana y la ciudad de Gaudí.
por MANUEL PEREIRA
 

Después de descubrir el Pasaje Bacardí y el Palacio Güell con su murciélago a guisa de pararrayos, volví a cruzar las Ramblas para ir a mi restaurante favorito: Los Caracoles. Me gusta ese lugar porque se parece a La Bodeguita del Medio. Cada vez que pasan mis amigos por Barcelona los llevo a ese lugar, para repetir una costumbre de mi otra vida, cuando con frecuencia me encontraba con ellos en La Bodeguita, pues yo vivía a una cuadra de allí.

La bodeguita del medio
La Bodeguita del Medio o ¿del Miedo?

Los Caracoles está en la calle Escudellers: una callejuela algo mugrienta, con ese ambiente entre portuario y hampesco que en cierto modo me recuerda a la calle Empedrado. El espectáculo de los pollos que giran asándose en la esquina, al aire libre, transmite ya cierto desenfado, esa atmósfera bohemia que es también tan inherente al restaurante fundado por mi difunto amigo y vecino Ángel Martínez.

Pero lo más parecido es el hecho de que para llegar al comedor de Los Caracoles tengamos que abrirnos paso obligatoriamente por un pasillo estrecho, pasando por delante de los fuegos de la cocina, igual que en La Bodeguita. En Los Caracoles no hay garabatos en las paredes, pero sí cuelgan retratos de famosos con autógrafos. Allí, en vez de carne de puerco asada, hay pollos; en lugar de tostones, caracoles a la francesa... pero si uno tiene imaginación, puede saltarse esas diferencias.

No hace mucho estuve fugazmente en La Habana y, como es natural, pasé por La Bodeguita. Pero aquella ya no era mi Bodeguita: no estaban allí el cajero Varilla, ni el cocinero Mundo, ni el capitán Eloy, ni los camareros Justo, Grillo, el Ruso, Santana, Marciano, Calle, ni Ñico Saquito envolviendo cubiertos en servilletas de papel, ni el escultor Calá, ni el fotógrafo Pirole, ni tantos otros amigos fallecidos o desterrados.

Lo único que no había cambiado eran las guayaberas anaranjadas de los camareros. La barra ya no respiraba el buqué de rones añejos, la habían pulimentado, estaba barnizada al igual que las estanterías, los marcos de las vitrinas, los balaustres de madera de la fachada; incluso habían borrado las firmas y garabatos de las paredes, todas recién pintadas, como una vieja avergonzada de sus arrugas que se cubre el rostro de afeites. Por si fuera poco, entre la caja registradora y los aseos habían improvisado un entresuelo, que nunca estuvo allí, donde colocaron dos mesitas apócrifas, supongo que para incrementar las ganancias.

Por curiosidad me asomé al menú, y cuando vi los precios comprendí por qué en vez de La Bodeguita del Medio ahora la llaman La Bodeguita del Miedo. Todo en dólares, claro está, y entonces me acordé de aquel famoso verso de Martí, y me dije: "si es pagando con dólares, no sé, yo no puedo entrar". No porque yo tenga nada contra el dólar en sí, sino porque sólo una parte de la población tiene acceso a esa moneda, lo cual me parece una inmoralidad.

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