www.cubaencuentro.com Jueves, 13 de noviembre de 2003

 
   
 
La Habana: Fiesta sin Mario
Setenta y siete años, dos infartos y una testaruda determinación de no ceder, son demasiado para un corazón, aunque sea el de un comunista.
por LUIS CINO
 

A Mario lo enterraron a las diez de la mañana. Los presentes llevaban prisa, porque era víspera de la fiesta de los Comités de Defensa de la Revolución. Setenta y siete años, dos infartos y una testaruda determinación de no ceder, son demasiado para un corazón, aunque sea el de un comunista.

Caldosa
CDR: ¿el muerto al hoyo?

La despedida de duelo a cargo de Vidal, su compañero en la fundación del Comité hace 43 años, tuvo que ser abreviada por la lluvia y la prisa de los encargados de preparar la caldosa. Se determinó que la celebración cederista no sería suspendida por la muerte de Mario. Sería el mejor homenaje al más veterano vigilante de la zona.

"El show debe continuar", acotó vengativo e irónico Rey, el actor. Él fue una de las víctimas de los informes de Mario, que siempre lo describió como "una yegua de campamento". Homofóbico, siempre le acosó pese a su participación asidua en las tareas de la organización.

Su amigo, Emilito El Grandfunk, fue quien bautizó a Mario, "el chivato del barrio". El apodo se quedó. Eso fue varios años antes de largarse por Mariel, tras soportar estoicamente los mítines de repudio presididos por Mario.

En los últimos años, su combatividad y celo como guardián de la revolución se desgastaron bastante. Unos dicen que por vejez, otros se lo achacan al Período Especial.

Para los más jóvenes y los nuevos en el barrio, que no lo conocieron en sus días de gloria, Mario no era más que un viejito latoso e inoportuno hasta la impertinencia con sus cuentos de los primeros años. Aquellos tiempos en que toda abnegación y sacrificio eran pocos para mostrar fidelidad revolucionaria, a prueba de bomba... atómica.

Esos cuentos importunarían a los vecinos reunidos en torno al humeante caldero y la mesa con cake y botellas de ron barato.

Lo que nadie negará es que Mario nunca usó su historial para su provecho o el de su familia. No entró jamás en trapicheo alguno. Eso era parte de su leyenda. Los vendedores del mercado negro no llegaban a su puerta. Ignoraba el dólar, como si este no existiera. Las quejas e incomprensiones de su mujer e hijos las enfrentó con citas del Comandante, cifras de Granma y culpando al "bloqueo imperialista".

Mario murió en su casa vieja, llena de puntales y goteras, sobre el despanzurrado colchón. Era feliz de creer que había protagonizado una epopeya. En el ataúd vistió una manchada guayabera de Vidal, su compañero del núcleo del Partido, que la cedió a los dolientes para la ocasión.

Mario no se cansaba de repetir, gesticulando con la mano izquierda, que no se podía bajar la guardia "ni un tantico así".

Su nieto, vistiendo una camiseta con la bandera yanqui, bailó en la fiesta cederista una pieza de Celia Cruz, una enemiga. En su juventud, Mario bailó con los discos de la Sonora Matancera, pero ahora no le cedería terreno al adversario. Con él en la fiesta, hasta la lectura del comunicado se tendría que bailar con la música de Compay, Polo y Eliades Ochoa. Pero no está y Obdulia, la responsable de vigilancia, con voz rasposa, se menea y canta: "...no hay que llorar, que la vida es un carnaval".

Mario dijo siempre, cuando veía pasar a la entonces bella Obdulia, vestida de miliciana o rumbo al trabajo voluntario, que la muchacha era el símbolo del CDR. Hoy, Obdulia, flaca, mal vestida, avejentada y con tambaleos de borracha, busca con quien bailar.

Ella sigue siendo el símbolo del Comité de Mario.

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