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Encuentro en la red - Diario independiente de asuntos cubanos
Lunes, 29 de diciembre de 2003
 
Desde
 
Barcelona: Indianos
Bacardí, Sitges, Güell: ¿Generarán los actuales inversionistas españoles en Cuba la riqueza cultural de sus antecesores?
por MANUEL PEREIRA
 

Aquí llamaban "indianos" a los que volvían enriquecidos de América o de las Indias. A lo largo del siglo XIX aquellos nuevos ricos —y sus descendientes— conformaron el perfil definitivo de Barcelona. Por ejemplo, casi todo el capital inicial de los 16 nuevos bancos que aquí se abrieron entre 1881 y 1882 —más otros doce en capitales provinciales de Cataluña— procedía de Cuba.

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Por si fuera poco, en 1862, el segundo submarino de Narciso Monturiol fue financiado en parte por especuladores catalanes instalados en Cuba, y las fantasías arquitectónicas de Gaudí también fueron posibles gracias a la Isla, donde el padre de su mecenas —el empresario textil Eusebio Güell— acumuló su fortuna hacia 1830.

De modo que cuando paso por el Palacio Güell, o por el Parque Güell, o por la Finca Güell, siempre siento que —en alguna medida, aunque sea mínima— son monumentos cubanos. Y lo mismo experimento cada vez que veo la réplica del submarino de Monturiol, en el Port Vell, delante del Imax.

Pero donde más y mejor se advierte la impronta de los indianos es en la Casa de Xifré, a pocos pasos del puerto. Josep Xifré i Casas fue un indiano catalán que se hizo rico exportando café, cuero y azúcar de Cuba a Estados Unidos. Si observamos los bajorrelieves de terracota que decoran el friso de su mansión —en cuya planta baja está el carísimo restaurante Las Siete Puertas—, descubrimos querubines cargando caña de azúcar, sacos de café o tabaco en hoja. También hay cornucopias llenas de plátanos, mulatas enturbantadas o indias con penachos de plumas. Son alegorías edulcoradas de la esclavitud en Cuba, y de toda esa imaginería emana a veces un cierto erotismo tropical que se repite en otras fachadas de Barcelona.

Pero los indianos son algo más que reliquias fosilizadas. En la última década del siglo XX renacieron en toda España y en Barcelona. Esa resurrección tuvo lugar casi cien años después del hundimiento de la flota del almirante Cervera en el puerto de Santiago de Cuba, y parecía como un desquite.

Esta vez los neoindianos volvieron a la Isla atraídos por una nueva fiebre del oro: la inversión hotelera o turística en Cuba. ¿Cuántos nuevos Xifrés no han invertido en el sector turístico cubano durante la década del noventa, y cuántos nuevos naborías no se han visto obligados a trabajar por salarios de miseria en la "siempre fiel" isla de Cuba?

Lo malo no es que estos neoindianos levanten hoteles en Cuba, lo malo es que permitan que el gobierno de ese país ejerza el monopolio estatal sobre la contratación de mano de obra nativa, convirtiéndose en el único intermediario topoderoso. Aparte de humillar a los trabajadores, esto ha contribuido a prolongar el canto del cisne del régimen dándole respiración asistida hasta el día de hoy. Por si fuera poco, esa misma situación de estancamiento económico ha hecho que el turismo en Cuba sea predominantemente sexual: otro factor de envilecimiento que lacera la dignidad nacional.

Pertenezco a una generación que creció oyendo decir que los yanquis habían convertido a Cuba en un burdel, pero es evidente que, comparados con el actual proxenetismo gubernamental en connivencia con el capital extranjero, los americanos se quedaron chiquitos.

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No obstante, esa luna de miel parece frágil. Hace poco confiscaron la Casa de las Cariátides (Centro Cultural Español de La Habana), situada en el malecón habanero. Y no me extrañaría que cualquiera de estos días nacionalizaran también otras propiedades españolas, igual que cuando en 1960 expulsaron al embajador Lojendio con cajas destempladas, y luego a los curas españoles, etc.

Pero volviendo a los indianos de antaño, también dejaron su huella en Sitges, cuarenta kilómetros al sur de Barcelona. De Sitges salió aquel catalán que inventó el ron Bacardí en Santiago de Cuba. Allí hay calles que se llaman Isla de Cuba, Matanzas, Pinar del Río... En las esquinas pueden verse placas de cerámica que reproducen el mapa de la Isla, incluyendo cañaverales, vegas, bohíos, palmares, un velero de tres palos entrando en la bahía habanera. Es la visión idílica de Cuba, decimonónica y finisecular, todavía viva en toda Cataluña. Es la imagen nostálgica de la remota Ínsula Barataria, esa fantasía indiana que deriva del sueño eterno de Sancho Panza.

En Sitges hay palacios con vidrieras de colores que son reminiscencias de los vitrales habaneros. La añoranza de Cuba lo recorre todo: desde las persianerías hasta los muebles de maderas cubanas, pasando por los ventiladores de techo al estilo de las viejas barberías habaneras. El Hotel Renaixença, por ejemplo, con sus blancas persianas incrustadas en arcos de mediopunto y las rejas blancas de los balcones es como una versión en miniatura del Hotel Inglaterra. A veces se ven altos ventanales voladizos con encajes de hierro colado que recuerdan las rejas de Trinidad.

La pregunta es: ¿dejarán tanta belleza, tanta inventiva, los neoindianos de finales del siglo XX y de principios del XXI? Por lo menos aquellos indianos del XIX —que en algunos casos eran negreros— convirtieron una parte del sudor de los esclavos en obras de arte o en innovaciones tecnológicas. ¿Estarán los nuevos Xifrés a la altura de sus predecesores? Eso sólo el tiempo lo dirá, aunque yo me inclino a dudarlo.

 
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