www.cubaencuentro.com Jueves, 29 de enero de 2004

 
   
 
La Habana: Un rasta de Mantilla
por LUIS CINO
 

No es fácil ser un muchacho negro y pobre, crecido en El Moro, un barrio marginal entre Lawton y Mantilla. Hijo de un albañil que murió alcoholizado y de una lavandera a la que Oshún no quiere escuchar, Yaser, a sus 22 años, lo sabe muy bien.

Bob Marley

Yaser nunca se resignó a su suerte. Hasta que se hizo rasta, nada le dio sentido a su existencia. Ni los santos, la marihuana, el alcohol o el templo pentecostal. Sólo el culto rastafari le permitió sentirse orgulloso de ser negro. Cuando se convirtió, supo que Jah no lo abandonaría hasta el día que lo sacara de Babilonia para llevarlo con los suyos a Etiopía, la tierra de sus antepasados y del último gran emperador africano, Haile Selassie.

Para Yaser, Babilonia y sus pestilencias son la miseria, los policías, el hambre, los blancos que todo lo enredan y el racismo, pese a lo que digan en la escuela, la TV o el gobierno, que todo eso también es Babilonia. Puede ser capitalista, comunista, rica o pobre: todo lo que vaya contra el hombre negro y la naturaleza, es Babilonia. Aquí o en Hong Kong.

Por estos días, Yaser está haciendo los papeles para irse de Cuba. A Suecia, a vivir con Agnes. Jah así lo quiere y nada es más poderoso que Él. En cualquier latitud, Jah lo rescatará el día del Juicio Final para guiarlo a Etiopía, si esa es su voluntad, que para Él no hay nada difícil.

Agnes es una abogada sueca, rubia, cuarentona y aficionada a vacacionar en el Caribe. Su último marido, un músico mulato dominicano, la abandonó hace un año, no más consiguió el dinero para largarse a Barcelona y crear su propia orquesta, Los Merengues del Terror.

Conoció a Yaser hace nueve meses, de vacaciones en Cuba. Procedente del Parque Central, caminando por la calle Obispo, vio, de pronto, al guerrero ashanti del póster de su apartamento de Estocolmo, con su andar majestuoso de rey del mundo y una mezcla de rabia y tristeza en sus ojos.

El pobre español de la sueca no fue obstáculo para comunicarse con el rasta y que éste le sirviera de guía durante varios días de recorrido por La Habana.

El clímax de los paseos fue una tórrida sesión amorosa, aderezada con marihuana, en una casa rentada al efecto. Allí, Agnes decidió que había hallado al guerrero de ébano digno de compartir con ella su piso de Estocolmo. Yaser, por su parte, empezó a reconsiderar sus puntos de vista con respecto a las "whites".

El siguiente día, Agnes llegó sin avisar, en taxi, a la maltrecha casa de madera con techo de zinc de Yaser, superpoblada de hermanos, sobrinos, cuñadas, perros y santos. Apenas logró ocultar sus lágrimas hasta llegar al hotel, para que Yaser no la viera llorar. En un par de días, como por arte de magia, en la casa de El Moro aparecieron ropas a la moda, un equipo de música, la colección de CD de Bob Marley y comida, mucha comida.

Agnes permaneció una semana más en Cuba. El día de la partida, en el aeropuerto, prometió a Yaser regresar en unos meses para casarse con él y llevárselo a Suecia.

Desde entonces, la vida de Yaser ha cambiado. Ahora usa jeans Levi's Strauss, zapatillas Nike, un gorro "tam" con los colores de la bandera etíope, comprado en Kingston, Jamaica, y hasta ha empezado a estudiar inglés con un profesor particular.

Aunque su religión le prohíbe comer carne, ocasionalmente hace excepciones, que Jah es generoso y sabe comprender. A veces, hasta puede salvar a algún vecino con un par de "fulas" o invitar a sus amigos a cerveza. Pero no acepta insinuaciones ni bromas, porque lo suyo es por amor. No teme al futuro en la lejana Suecia. Agnes ha trabajado duro para disipar sus dudas.

Desde que Agnes le anunció por teléfono que a finales de noviembre estará en Cuba por la boda, Yaser sólo sale de casa para hacer trámites relacionados con el viaje. De policías y marihuana no quiere oír hablar. Oye reggae durante horas y ruega a Jah que sus últimos días en Cuba transcurran en paz. La paz que nunca tuvo en muchos años.

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