www.cubaencuentro.com Jueves, 26 de febrero de 2004

 
  Parte 1/4
 
Miami: El día que Gabo vino a buscar su visa
Psiquiátrica para algunos y condicionada para otros, la relación entre García Márquez y Fidel Castro parece sobrepasar los cánones de la complicidad.
por RUI FERREIRA
 

I.

- El Gabo llega antes del almuerzo.

El anuncio de mi colega tuvo un tono de reverencia, pero para mí fue totalmente una sorpresa que Gabriel García Márquez pisara alguna vez el edificio de la misión diplomática estadounidense en La Habana.

F. Castro y G. G. Márquez
García Márquez, Castro: ¿Amistad real o impuesta?

Yo era entonces un analista de información allí y García Márquez un Premio Nobel cuyos libros había devorado, entre otras razones, porque son una fuente inagotable de excelentes ideas sobre cómo caerle atrás a una mujer.

Resulta que esa mañana de 1991, García Márquez venía a buscar su visa para poder ingresar en Estados Unidos, al cabo de casi 20 años de que se la negaran. En ese tiempo, una regla —estúpida a mi entender— se lo prohibía y yo no tenía noticias de que la cordura hubiera regresado al Departamento de Estado, aunque me pagara un sueldo.

El hecho de que Gabo recogiera su visa en Cuba no dejaba de ser una ironía. Después de todo, él no sólo no hacía ningún misterio de su presencia en la capital cubana, sino que parecía querer decirle a los americanos que la isla comunista era también su casa.

Gabo se apareció en Cuba en el primer vuelo que salió de Bogotá rumbo a La Habana el 1 de enero de 1959, aún antes de que el mismo Fidel Castro hubiera alcanzado por tierra la capital cubana, desde la oriental Santiago de Cuba, liberado ya el país de la dictadura de Fulgencio Batista.

En ese sentido, Gabo hizo historia. Llegó a La Habana antes que Castro. Y todavía no eran amigos. De hecho, no se conocían aunque se habían cruzado.

Sucedió en 1948, al parecer durante "El Bogotazo", la revuelta popular en la capital colombiana que estalló después de la muerte del líder nacionalista Jorge Eliécer Gaitán. Muchos años después, frente a una pantalla de computadora totalmente en blanco, Castro habría de recordar el día en que vio a García Márquez por vez primera.

Bogotá era entonces una ciudad al rojo vivo, en llamas, había muertos por doquier, los policías eran cazados uno a uno por una población iracunda y fusilados sumariamente, y el ejército era impotente para contener la multitud que clamaba venganza. En medio de un feroz tiroteo, un joven diminuto, flaco y precozmente mostachudo, salió repentinamente de un edificio portando una pesada máquina de escribir y con toda la rabia que le iba en el alma, la levantó sobre su cabeza y la estrelló en mil pedazos contra el piso.

Dice Castro, quien a la sazón participaba en una convención estudiantil en la ciudad cuando estalló la revuelta y se sumó a ella, que la escena que presenció le impresionó tanto que décadas más tarde, en una noche habanera, se la recordó a García Márquez y éste se quedó como de piedra.

"Fidel, yo era aquel hombre de la máquina de escribir", le aseguró Gabo.

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