www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
  Parte 1/2
 
Barcelona: Humo de Partagás
Improntas de la Ciudad Condal: No es casual que en la calle Barcelona de la capital cubana esté la Fábrica de Tabacos que fundó un catalán en 1845.
por MANUEL PEREIRA
 

Ya en el siglo XIX el poeta catalán Jacint Verdaguer decía que entre La Habana y Barcelona hay "como una lanzadera que va de un lado al otro de un inmenso telar". De ese "inmenso telar" brota la urdimbre más secreta de estos palimpsestos: la fantasmagórica sombra de La Habana proyectada en Barcelona que creo descubrir a cada paso. Para confirmar la certeza de la metáfora de Verdaguer tenemos que ver esa urdimbre al revés, tenemos que pasar al otro lado del espejo para explorar la impronta que la Ciudad Condal ha dejado en La Habana.

Fábrica 'Partagás'
Fábrica de Tabacos Partagás (La Habana).

Para empezar, detrás del Capitolio hay una calle que se llama Barcelona. Allí está la fábrica Partagás, encuadrada por las calles Industria y Dragones. Más o menos por el año setenta, con el llamado "proceso de racionalización", mi padre fue declarado "excedente" y fue a parar al sótano de esa tabaquería como despalillador. Yo solía pasar por allí para visitarlo y luego subía a pie hasta Galiano para ver a mi madre que trabajaba de costurera en la tienda Fin de Siglo. Por aquel entonces yo no sabía que ese recorrido estrictamente familiar iba a adquirir connotaciones trascendentales veinte años después, al otro lado del océano.

Por ejemplo, sólo ahora descubro el significado mágico de los nombres de las otras dos calles que ciñen esa fábrica. Industria: como es sabido, los catalanes siempre han sido los más industriosos de España. En cuanto a Dragones, nos hace pensar enseguida en la pasión wagneriana de los catalanes, en la leyenda de Sant Jordi luchando con el dragón, en el lagarto de cerámica policroma que resplandece en el Parque Güell o en el fabuloso reptil que duerme en el tejado de la Casa Batlló…

Poco importa que el nombre de esa calle habanera nos remita a mitologías orientales tan ligadas a nuestro Barrio Chino, porque cuando se produce un "azar concurrente" las asociaciones poéticas funcionan eficazmente lo mismo en Asia que en Europa, siempre que haya dragones.

Y ahora viene otro misterio poético. Como a todos los trabajadores de la fábrica, a mi padre le correspondía cada cierto tiempo una cuota de tagarninas. No era una dádiva. El objetivo de esa asignación en especie era evitar que los tabaqueros "robaran" más de la cuenta. La administración no daba muchos tabacos, si acaso tres o cuatro por obrero. Eran unas brevas de ínfima calidad, sin anillas, mal torcidas, pero en medio de tanta escasez planificada, equivalían a un tesoro.

Por aquel entonces mi abuela siempre andaba agachándose en la calle, recogiendo colillas del suelo, para confeccionar con aquella picadura sus "tupamaros". Tenía una "maquinita" —que era como una caja de fichas de dominó— en la que introducía una página arrancada de su Biblia y un poco de almidón. De allí iba sacando aquellos cigarritos llamados "tupamaros" porque eran clandestinos. Mi abuela era muy católica, pero lo mismo se fumaba un versículo de San Juan que una sentencia del Eclesiastés.

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