www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Caracas: Una duda lacerante
¿Quién triunfó en las elecciones españolas, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero o el terrorismo islámico?
por ANTONIO SáNCHEZ GARCíA
 

Nace el gobierno del dirigente socialista español José Luis Rodríguez Zapatero bajo un mal signo: los votos que decidieron su victoria no fueron el producto de un reflexivo bloque de respaldo ciudadano conquistado con un programa y un esfuerzo propio, sino como instintiva reacción de una indignada ciudadanía que, en lugar de optar por la fórmula que le pareciera la mejor, cortó por el atajo expedito y expeditivo de castigar al anterior gobierno. Lo que en Caracas mereció el extraño bautismo de "voto castigo".

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Presidente español en funciones Aznar; presidente electo Rodríguez Zapatero.

Voto que, a la postre, en lugar de castigar al partido en el poder termina casi siempre castigando al propio electorado. Saben los venezolanos en carne propia adónde conducen los llamados "voto castigo": al abismo de la irracionalidad y al más insoportable arrepentimiento. En el ámbito político, como en cualquier otro, el rencor o la venganza no suelen ser buenos consejeros.

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que el joven líder socialista y su partido no merezcan ni estén a la altura del gobierno de una sociedad que llegaría a sus actuales alturas de prosperidad y progreso, precisamente de la mano inicial del entonces joven líder socialista Felipe González. Desde entonces, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha sido una formación con vocación de poder y capacidad de Estado. Y la alternancia en el manejo de las instancias gubernativas es uno de los mejores antídotos contra el envilecimiento de la política y la esclerotización de la vida ciudadana.

Algo de ese envilecimiento y de esa esclerotización se manifestó durante ese cruento fin de semana marcado por el horror de Atocha, Santa Eugenia y El Pozo del Tío Raimundo, en Madrid. Aparentemente, un gobierno desconcertado por la brutalidad del terror que lo golpeara en pleno corazón de su vida ciudadana no estuvo en capacidad de manejar la circunstancia mediática del hecho y en lugar de acompañar el socorro a las víctimas —prestado con esmero y diligencia—, comprometiéndose a fondo por el esclarecimiento de los trágicos sucesos sin mezclarlos con la contingencia electoral y la diatriba política, trastabilló a favor de proteger la que le pareció la fórmula más favorable al desenlace electoral: culpar a ETA.

¿Hubiera sido posible otro camino que el escogido por José María Aznar y su gente? ¿Hubiera sido posible enfrentar esa grave contingencia mediante mecanismos de consenso —entre el Partido Popular (PP), el PSOE y los restantes— con el establecimiento de una comisión de emergencia nacional? ¿Hubiera sido posible situar los problemas de grave conmoción nacional al margen del capricho circunstancial y la deletérea voluntad de un electorado conmovido en sus pasiones? ¿Sería posible?

Si perteneciera al PSOE, no me sentiría orgulloso de estos resultados electorales. Pues el triunfo de Zapatero fue decidido en el oscuro corazón del más ruin terrorismo, no bajo la amplia y transparente luz de una ponderada y acuciosa reflexión nacional. Constituye una grave derrota para la democracia que elecciones tan cruciales para el destino de España, Europa y nuestra cultura toda se vean condicionadas por la acción de una minoría despótica, profundamente criminal y antidemocrática, como la que encuentra albergue en ETA, Al Qaeda y otros grupúsculos del terror.

Así provoque la secreta alegría de quienes, travestidos de demócratas, no cesan de cortejar las tiranías y el terrorismo que amamantan, hubiera deseado otro triunfo de la socialdemocracia española: uno limpio, auténtico y transparente. La duda jamás será suficientemente dilucidada: ¿triunfó Zapatero o el terrorismo islámico?

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