www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
Vancouver: El espejo indiscreto
'Ojo, pinta', Raúl Rivero y el tribunal de opereta.
por RAFAEL LóPEZ RAMOS
 

En el verano de 1995, once pintores cubanos respondimos el cuestionario que nos propuso Raúl Rivero para su libro Ojo, pinta, que fue una especie de justicia poética a la obra de quienes habíamos caído más allá o más acá de la gracia oficial, esa sombrilla bajo la cual los cobijados, paradójicamente, se salpican con las divinas gotas que supuran las centralizadas alturas del poder.

Ojo, pinta
'Ojo, pinta'. Center for a Free Cuba (2000).

No podía imaginar entonces que cinco años más tarde me tocaría el honor de presentar su obra en la Feria Internacional del Libro de Miami, a la cual el gobierno cubano impidió asistir al poeta, negándole una vez más el permiso de salida temporal del país. De todos modos, Rivero se las ingenió para estar presente en el evento, no sólo a través de su obra: el vídeo y el teléfono, ingeniosamente convocados por los organizadores de la Feria, nos permitió tenerlo aquella tarde en la sala Breezeway del Miami-Dade Community College, hablándonos desde su pequeño apartamento en Centro Habana, con la modesta grandeza de la gente que hace brotar manantiales en el desierto del espíritu, que no en otra cosa tiende a convertirse una sociedad sometida a largos años de salinización totalitaria.

Tampoco pude imaginar entonces que dos años y cuatro meses más tarde, Raúl Rivero, ya no sólo sería privado de la libertad de salir y entrar a su país, sino de la libertad relativa y mínima de que se dispone en la Isla, eternamente argollada a "la maldita circunstancia del agua por todas partes" y a la temporal concurrencia de otros males aun mayores.

A principios de abril de 2003, un tribunal de opereta condenó a Rivero a unos grotescos 20 años de cárcel (de los que confiamos no extinguirá ni una décima parte, por tratarse de un fuego metafísico que sólo arde en la mala conciencia de sus fiscales), por el único "crimen" de escribir sobre la realidad cotidiana de su país, sin autoimponerse el filtro edulcorante que rutinariamente cubre los lentes de la prensa oficial cubana. Ha sido así por tanto tiempo, que ya sus amanuenses parecen haber nacido con ellos insertados entre retina y párpado.

Raúl Ramón Rivero Castañeda. Así fue nombrado, con todos sus patronímicos, en la Sala de Delitos contra la Seguridad del Estado, para ser sentenciado en realidad por un delito de opinión. Tal como solía ocurrir en tiempos de la colonia a los independentistas antes de ser desterrados a morir de paludismo y otras fiebres tropicales, en las mazmorras de la isla Fernando Poo, con la cual la nuestra va cobrando un siniestro parecido.

Sin embargo, esta condena cayó sobre Rivero, su compañero de causa Ricardo González y otros 73 disidentes, embozada en una altisonante categoría jurídica, más a tono con los actuales remanentes de aquella autocracia en el siglo XXI: "Actos contra la independencia o la integridad territorial del Estado", nombre de la "ley" específicamente fabricada por el régimen, unos tres años antes, para amordazar cualquier voz que le parezca disonante al monótono coro de la política oficial cubana, que se autopostula como el único legítimo, posible y afinado.

La dirección de ese coro (que es algo tan lírico como una oligarquía de militares empresarios forrados de dólares) castigó a Raúl Rivero por haber convertido su prosa y sus versos en un pulido e indiscreto espejo donde reflejó la ignominia dominante del entorno.

Sin embargo, y afortunadamente, mucha gente en este mundo sabe que él sólo cumplió ejemplar y sencillamente con su deber como profesional y ciudadano; allí donde tantos intelectuales ocultan sus cabezas entre las dunas del mismo desierto arriba mencionado. Hace unas semanas, la UNESCO le otorgó el Premio Mundial Guillermo Cano 2004, que reconoce la lucha permanente de los periodistas en favor de la libertad de expresión.

Por estos días se cumplió el primer año de la pantomima judicial que injustamente arrojó en prisión a esos 75 cubanos que, como Raúl Rivero, merecen más bien el respeto y el aplauso de todos. Para muchos de ellos, su edad y precario estado de salud, sumados a la pobre o nula atención médica que se les ha brindado en prisión, podría convertir las suyas en condenas a muerte. Quizás alguno de ellos se encuentre ya en estado muy grave, a juzgar por las asombrosas entrevistas que acaba de realizar la TV cubana a algunas esposas de los presos enfermos que, casualmente, no están entre los más graves o peor tratados.

Sea cual fuere la situación, ya es suficiente para que hoy exijamos al gobierno cubano la liberación incondicional, no sólo de los disidentes enfermos, sino de todos ellos. Los cargos que se le imputaron aún esperan ser probados en un juicio transparente y público, y los diplomáticos estadounidenses con quienes supuestamente conspiraron, siguen ejerciendo sus funciones en La Habana. El gobierno cubano sigue comprando más y más toneladas de productos (no sólo alimenticios) a Estados Unidos, que ha prometido apretar más las clavijas, dizque para regalarnos la democracia.

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