www.cubaencuentro.com Martes, 18 de mayo de 2004

 
   
 
La Habana: Hablar con Nelson
Del paredón al inmundo rancho; del crimen anónimo a la tortura psicológica.
por LUIS CINO
 

A Nelson lo fusilaron una noche de carnaval en 1971. La descarga del pelotón se fundió con el cañonazo que cada noche marca las nueve en La Habana.

Prision
Prisión Combinado del Este: ¿unidad modelo?

En su celda, Chuchi sintió los estampidos. Supo que no vería más a Nelson. Hasta ese instante, se aferró a la idea de que no lo ejecutarían.

Nelson llevaba casi un año en prisión. Armado con una granada había intentado desviar un avión a Miami, desde Sancti Spíritus. En el incidente, la granada estalló. El copiloto murió y él resultó gravemente herido.

Lo novedoso no fue que lo fusilaran. Por menos que eso, en aquella época —y en esta— fusilaban a cualquiera. La novedad ni siquiera fue que el pelotón lo dirigiera una mujer, una cuarentona de mirada dura, con grados de teniente, quien, con toda naturalidad, le disparó el tiro de gracia.

Desde la ventana enrejada de su celda, que daba a los fosos del Castillo del Príncipe, Chuchi había visto escenas similares o había escuchado el estampido de las descargas fusileras. Pero Nelson era su amigo. El mejor amigo que jamás hubiera tenido, a pesar del corto tiempo que duró su amistad: apenas el año que compartieron la misma celda. O quizás menos, porque en ese tiempo, Nelson, tras recuperarse de sus heridas, fue trasladado a la enfermería para curarse de una severa hepatitis que amenazaba con hacerse crónica.

Chuchi se reía de los granos de Nelson, comparaba su cara con una pizza y especulaba acerca de las causas de su acné juvenil. Le daba ánimo y devoraba el inmundo rancho que Nelson dejaba casi íntegro. Ambos se contaban mentiras y verdades, y forjaban planes que nunca se cumplirían.

Chuchi esperaba que el padre de Nelson, un "mayinbón" del MININT, lograra sacarlo de la cárcel o que le conmutaran la sentencia de muerte.

Nelson tenía 20 años, una novia de ojos verdes, sabía inglés y un poco de francés, y cantaba canciones de Los Beatles.

Cuando volvieron los guardias a buscarlo, Chuchi pensó que lo trasladaban a otra prisión. Nelson sabía que no. Abrazó a su amigo y le dejó sobre la colchoneta sus escasas pertenencias, entre ellas el jarrito plástico donde bebía lo que llamaban "el desayuno". Todavía Chuchi lo conserva, como un talismán, sobre la repisa de la cocina.

Chuchi tenía 18 años cuando fue a dar al Príncipe, una fortaleza colonial de aspecto y reputación siniestra, en castigo por su larga fuga de la unidad donde cumplía el servicio militar obligatorio. Lo acusaron de deserción. Ni en sus peores pesadillas pensó que alguna vez estaría encerrado en una cárcel entre criminales empedernidos. Pasó más de dos años en prisión antes de ser liberado por una resolución del ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Desde entonces, su vida nunca ha sido verdaderamente normal. Tratando de olvidar, ha cambiado de oficios y de barrio, de casa y de mujer. Todo ha sido en vano.

El hambre no lo abandona, dicen que debido a la ansiedad. Es pacífico y bonachón, pero le cuesta trabajo reír. Sus ojos tienen el mirar desconfiado de los que han visto el lado más feo de la vida.

Sus noches son una tortura que ningún psiquiatra ha logrado aliviar. En sus sueños, a menudo habla con Nelson. Las peores noches siente que el hambre le roe el estómago, se rasca las picadas de los bichos de la celda, ve gotear la sangre del colchón de El Chino, que nadie sabe quién mató a punzonazos mientras dormía, o vuelve a oír los alaridos del mulatico bonitillo que se abrió las venas con un vidrio, tras ser sodomizado en las duchas por El Búlgaro y sus ambias. En esas noches, se levanta de la cama, resignadamente enciende un cigarro y ya no duerme más.

Todos evitan hablar de cárcel en su presencia, porque se altera mucho. Su mutismo sobre el tema lo rompió el intento de la televisión cubana de convencer, en vísperas de Ginebra, de las bondades del sistema penitenciario cubano:

"Aquí en la cárcel no tratan bien ni al que va por llevarse una luz roja, dime tú al que va por política. ¿Hasta cuándo el descaro? Yo no hablo de política, no sé si me interesa. Ignoro cómo son las cárceles en Perú o Guatemala. Pero las de aquí las conozco bien, por desgracia". Apagó el televisor, prendió un cigarro y se fue a dormir sin despedirse de su esposa.

En el Castillo del Príncipe ya no hay presos. En el Combinado del Este hay mucha más capacidad. Adicionalmente, por todo el país existen más de 200 penales, decenas de ellos de máxima seguridad. Parientes, amigos y conocidos de Chuchi han estado allí. No quiere saber cómo la han pasado.

Quizás Chuchi converse esta noche acerca del asunto con Nelson, un tipo que sabe un mundo, aunque siga teniendo sólo 20 años de edad.

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