www.cubaencuentro.com Jueves, 02 de septiembre de 2004

 
   
 
Barcelona: Nueve vueltas a las ceibas
por MANUEL PEREIRA
 

Después de descubrir el restaurante cubano detrás de la librería mágica, seguí explorando el Barrio de la Ribera, en particular el Parque de la Ciudadela, que es una especie de Jardín Botánico.

La Ceiba
Vueltas a la ceiba de El Templete.

Sin saberlo, en mis paseos yo iba buscando algún fragmento de paisaje cubano. Mi perro iba levantando la pata en cada árbol, bautizando así los rótulos clavados en la tierra que identificaban las especies con sus nombres científicos en latín. En una ocasión orinó al pie de una palma llamada "washingtoniana" muy parecida a nuestra palma real. Fue un primer atisbo. También su vicio de mear me descubrió unas yucas elefantiásicas, cuyas gigantescas raíces como patas de elefante recordaban de lejos nuestro tubérculo comestible.

Me aficioné a pasar cerca de esas plantas, como procurando sentir bajo sus sombras algún alivio espiritual. Yo me adentraba en esos jardines, dejando atrás el parloteo de los patos en el estanque, y me metía en el umbráculo, una pérgola abovedada con persianerías, que es como un museo botánico en miniatura. Allí hay cuatro tumbonas, y yo me tumbaba a meditar, boca arriba, sumido en el silencio vegetal, a la sombra de una palmera que también descubrí allí, en medio del claroscuro, en la falsa penumbra de algún bosque tropical.

En mi afán de reconstruir la cuadrícula habanera sobre el mapa de Barcelona yo siempre estaba alerta ante cualquier indicio, incluso vegetal. Pero ¡qué va!… aquellas plantas no tenían nada que ver con el monte cubano, ni con el sao, ni con la manigua; no había helechos arborescentes, no había flamboyanes, no había platanales, ni matas de güira, ni jobos, ni almácigos despellejándose, ni guayabos, ni esas flores que en Cuba llamamos marpacíficos y que en las floristerías de aquí llaman hibisco o Rosa de China (Hibiscus rosa-sinensis).

Total, que ya casi había olvidado mi anhelo de encontrar en el Parque de la Ciudadela un remedo siquiera aproximado de nuestra flora cuando de pronto una noche descubrí que este Barrio de la Ribera me reservaba otra sorpresa, otro misterio habanero. Yo iba hacia el puerto, a los cines del Maremagnum, que es una especie de "mole" estilo Miami con boutiques, tiendas de ropa, salas de juego, cafeterías, etc. Pero al llegar a la altura del Puerto Viejo, frente al Palau de Mar, donde se levanta un bosque de mástiles de yates, me detuve en seco.

¿Qué era lo que acababa de ver? No podía dar crédito a mis ojos. En una breve franja de césped crecían tres árboles pequeños. Tres ceibas enanas. Casi salté de alegría, como un niño en Día de Reyes. Inmediatamente empecé a dar vueltas alrededor de sus troncos cubiertos de púas, golpeándolos con los nudillos: toc, toc, toc.

Mi mujer (española ella) no podía entender qué clase de locura se había apoderado de mí. ¿Cómo explicarle que nací a menos de cincuenta metros de tres ceibas como aquellas, las que están al principio de la calle Cuarteles? ¿Cómo explicar que algunas noches fui de la mano de mi madre a darle las tres vueltas en silencio a la ceiba fundacional que está en El Templete? ¿Cómo explicar que mientras se dan las vueltas se pide un deseo? ¿Cómo explicar, sin resultar fastidioso, que éste es un árbol sagrado en Cuba?

Para los guajiros —casi todos descendientes de canarios— la ceiba está "bendita", dicen que es el "árbol de la Virgen María". Entre ellos está prohibido talar ese árbol, tampoco pueden quemarlo, eso trae mala suerte. Para los culíes chinos era el "trono de Santán Kon", una deidad asiática. Para los negros esclavos y sus descendientes en las copas de las ceibas viven los orishas. ¿Cómo explicar qué son los orishas?

¿Cómo contar que las santeras de los solares de mi barrio dejaban al pie de las ceibas sus ofrendas a sus dioses? Platanitos medio podridos atados con cintas rojas, quilos prietos con la efigie de Lincoln, huevos culecos, palomas decapitadas, velas derretidas… ¿Cómo explicar que en El Templete hay una placa que reza: "detén el paso, caminante" y que por eso yo no puedo pasar de largo sin detenerme ante estas tres ceibas barcelonesas para darles sus correspondientes vueltas.

¿De dónde habían salido esas tres ceibitas frente al puerto de Barcelona? ¿Quién y cuándo las había plantado allí? ¿Y qué casualidad que las hubieran sembrado justo frente al mar, igual que las ceibas de mi infancia, todas a orillas del canal de la bahía habanera?

A partir de aquella noche, cada vez que paso por allí de camino a los cines del Maremagnum me pongo como un trompo a dar las nueve vueltas, tres por cada ceibita. Toc, toc, toc. Para no hacerme notar demasiado, y también para no marearme, doy tres vueltas a la ida y seis vueltas cuando regreso del cine. Toc, toc, toc. Año tras año repito ese antiguo ritual habanaviejero, siempre pidiendo en silencio el mismo deseo. ¿A que no tengo que decirles cuál es el deseo? Ustedes lo adivinan, ¿verdad que sí?

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