www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Proa a la libertad
por RAFAEL DEL PINO
 

28 de mayo de 1987, 13:00 hora local de La Habana.

El cielo está totalmente despejado y su intenso azul me parece más hermoso que nunca. Le indico a mi familia que se dirija al automóvil, regreso al interior de la casa y permanezco unos instantes de pie en medio de la sala.

R. del Pino
General Del Pino.

Quiero observar bien por última vez mi hogar, el lugar donde nació y dio sus primeros pasos mi pequeña hija, sus juguetes, sus ropitas. Siento que un terrible nudo me aprisiona la garganta, pero la suerte está echada y tengo que llevar mi decisión hasta las últimas consecuencias. Cierro la puerta y salgo apresuradamente sin mirar atrás.

En todo el camino hacia el aeródromo, miles de pensamientos asaltan mi cerebro: 'Estás seguro Del Pino de lo que vas a hacer? No estarás arriesgando la seguridad y el futuro de tu familia? Eres un héroe nacional; tienes todas las comodidades y privilegios de que goza un general; tu bienestar y el de tu familia están garantizados. Vas a abandonar todo eso por un futuro incierto?'.

—Ni por todo el oro del mundo estoy dispuesto a seguir siendo cómplice de los que oprimen a mi pueblo!, digo resueltamente para mis adentros y continúo decidido en dirección a la posta principal del Estado Mayor de la Fuerza Aérea. Al aproximarme, los soldados de servicio me franquean la entrada saludando disciplinadamente. Bordeo el edificio principal y tomo la calle que conduce hacia donde está mi avión en la rampa de estacionamiento.

Son las 13:15 horas. Mi hijo Ramsés, que también es piloto, se encarga de acomodar al resto de la familia en el interior de la aeronave, mientras yo realizo la revisión exterior reglamentaria. Mi plan de vuelo está previsto para un paseo local sobre La Habana y nadie tiene la menor sospecha. Soy el último en subir a bordo.

—Torre de control Libertad: éste es el CUT-118; autorización para poner en marcha los motores.

—Autorizado, CUT-118…

Mi pequeña Laura, con sus dos añitos, aplaude y salta de alegría en las piernas de su madre; es su primera experiencia en un avión y para ella resulta sensacional. Qué lejos está de pensar en el peligro que corremos en este momento. Las manos y la frente comienzan a transpirar copiosamente. En todas mis experiencias de combate he sentido el lógico miedo que experimenta el ser humano ante la posibilidad de la muerte, pero en estos instantes toda mi preocupación se vuelca hacia estos seres tan queridos e indefensos que por varios minutos estarán a merced de los Migs. En cuanto despeguemos y el control radar detecte nuestro alejamiento en rumbo norte, saldrán como buitres hambrientos tras su presa. Si logran interceptarnos no tendrán compasión de nosotros…

Asciendo lentamente y me dirijo sobre la ciudad de La Habana de acuerdo con mi plan de vuelo. Es preciso no llamar la atención desde el primer momento. Realizo un viraje a unos quinientos pies de altitud y, ya nivelado, pongo el rumbo de treinta grados hacia mi destino. El corazón me late aceleradamente. Siento las manitas de mi pequeña Laura que me tocan por el hombro derecho indicándome con asombro lo pequeño que ve los autos en las calles.

Han transcurrido sólo dos minutos desde mi cambio de rumbo y recibo la primera llamada del control radar:

—CUT-118, usted comienza a alejarse de la costa, es preciso que efectúe un viraje por la derecha para rumbo uno-ocho-cero; cambio!

Desconecté la radio para no escuchar más aquella voz e inicié un descenso rápido pegándome a ras del mar. Comienzo a modelar en mi mente lo que está pasando en estos momentos en el aeródromo de San Antonio de los Baños. Ya los Migs de la guardia combativa tienen que tener los motores arrancados y estar carreteando hacia la posición de despegue.

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