www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Barcelona: La Casa de los Trucos
por MANUEL PEREIRA
 

Para entrar en el Barrio de La Ribera, en Barcelona, nada mejor que bajar por la calle Princesa desde Vía Layetana. Allí confluye todo el cosmopolitismo y la magia de esta ciudad. Pasa un árabe con su chilaba y sus babuchas, pasa un africano con sus estampados de colores chillones, pasan los turistas nórdicos o japoneses que van a visitar el Museo Picasso.

Barcelona
Barcelona: Tienda El Rey de la Magia.

Princesa es la calle de los mil olores. En su primera cuadra nos asalta el olor a incienso que emana de una tienda donde venden souvenirs de la India. Luego viene una quincallería marroquí, luego otra pakistaní, luego otra peruana… De pronto yo recibo una sorpresa. Descubro una tienda que se llama El Rey de la Magia, fundada en 1881. Para mí es como la Casa de los Trucos que estaba en la calle Bernaza, muy cerca de la librería La Moderna Poesía.

De pequeños, mis amigos y yo comprábamos siquitraques y bombitas de peste en la Casa de los Trucos para luego tirárselas a los chinos del tren de lavado. Me fascinaba ver el esqueleto rumbero que colgaba al fondo de la tienda. Pero lo que más me hechizaba era la misteriosa cortina negra que descendía detrás del esqueleto.

¿Qué habría detrás de aquel telón? ¿Una puerta secreta, un armario lleno de huesos, uno de esos tambores batá que suenan solos en la alta noche, o simplemente la trastienda? Mientras me lo preguntaba, me entretenía escudriñando los tinteros de falsa tinta derramada, los mojones de engrudo barnizado, las máscaras de goma de Frankenstein, las arañas peludas de plástico y otros artículos de broma que allí vendían.

Hacia 1961, en la Casa de los Trucos se produjo el más abracadabrante de los trucos cuando desapareció para siempre. El truco lo hizo Fidel Castro, quien, comportándose como Mandrake el Mago, todo lo hacía desaparecer. La Casa de los Trucos cerró (o la cerraron) sin que yo pudiera averiguar qué había detrás de la cortina del fondo.

Cuarenta años después y a casi ocho mil kilómetros de distancia, cuando paso por El Rey de la Magia de la calle Princesa no puedo dejar de asomarme a la vidriera donde exponen los artilugios y los pasatiempos para prestidigitadores y magos profesionales. Para mi frustración, dentro de la tienda no hay ninguna cortina. Me conformo con pegar la nariz al cristal de la vitrina detrás de la cual cuelgan unas máscaras de la Commedia del Arte que hacen muecas, como si se burlaran de mí.

Olores y cortinas negras

Sigo de largo, Princesa abajo. Voy acercándome al final de la calle donde me aguarda un almacén de especias. Allí me dejo envolver por la fragancia de la canela, del clavo, del azafrán, sobre todo la del anís, porque me remonta a otra esquina habanera (Muralla con Mercaderes), allá en la Plaza Vieja, donde había un edificio que siempre exhalaba un intenso olor a anís estrellado.

Así que Princesa empieza en Vía Layetana con aromas de botafumeiro y acaba aproximadamente en Tantarantana con otro perfume más bien anisado. Da la casualidad que enfrente del almacén de especias está la casa donde nació el pintor Santiago Rusiñol, y es como si uno estuviera inmerso en uno de sus jardines perfumados. Pero antes de llegar a esa esquina tan voluptuosa quiero visitar una de las dos librerías especializadas en ocultismo que existen en esta calle.

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