www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
   
 
Las razones de la pasión
De la inconformidad a la conformidad, del caos al orden. ¿Es la historia un continuo tránsito de la izquierda hacia la derecha?
por VICENTE ECHERRI, Nueva Jersey
 

Creo, desde hace mucho, que ser de izquierda o de derecha (el centro no es una posición, no existe más que como punto de contención o disfraz pudoroso de los que se avergüenzan de confesarse en los extremos) obedece a una inclinación espiritual o a una cosmovisión estética, a profundos impulsos interiores que luego intentamos justificar racionalmente con los argumentos de una doctrina política o religiosa.

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Iglesia Católica: ¿de la revolución a la inmutabilidad?

Se trata, en último término, de maneras de interpretar la realidad que luego ha de llevarnos a afiliarnos a un partido político o a militar en una iglesia. A veces, muchas veces, nacemos y crecemos en esa militancia, y otras veces la adoptamos de adultos; pero siempre, en lo profundo de toda posición ideológica, vamos a encontrar un impulso, una tendencia irracional, en lugar de una idea.

Ser de derecha es, en último término, amar el orden y las instituciones, la armonía de lo establecido, la belleza de la tradición; ser de izquierda, por el contrario, es sentirse movido por la necesidad del cambio brusco, de ser posible, por el anhelo de implantar formas nuevas, de subvertir las relaciones humanas y sociales.

El izquierdista es básicamente un revolucionario; en este sentido todos los profetas y promotores de transformaciones drásticas lo han sido; el derechista no es otra cosa que el conservador que se le opone. Huelga argüir que en el natural conflicto dialéctico entre ambos se produce la historia.

Por supuesto, las transformaciones que la izquierda más apasionada propone, si triunfan, terminarán por convertirse en órdenes establecidos que las derechas de mañana defenderán frente a los izquierdistas del futuro. Así ha sido siempre. De suerte que la historia puede verse como el continuo tránsito de la izquierda hacia la derecha, es decir, de la inconformidad a la conformidad, del caos al orden: el cristianismo, acaso la revolución más drástica de la historia, se convirtió en la Iglesia con su inmutable jerarquía; y la revolución francesa, en mucho menos tiempo, engendró a Napoleón y al moderno Estado conservador francés. Tal vez no sea más que el perpetuo e inevitable conflicto que propulsa el desarrollo de la raza humana.

Desde luego, en el breve lapso de nuestras vidas esta eterna pugna de contrarios nos encontrará militando en uno de los bandos: entre los que quieren conservar lo establecido y los que batallan por su demolición; y para justificar esa militancia siempre estaremos dispuestos a encontrar razones y argumentos; es decir, meros disfraces para nuestras pasiones.

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