www.cubaencuentro.com Jueves, 21 de octubre de 2004

 
  Parte 1/2
 
Gogol, Pinocho y el Comandante en Jefe
por JOSé PRATS SARIOL, México D.F.
 

Carlo Lorenzini, que adoptaría como apellido el pueblo de su madre (Collodi), nunca pensó que la nariz de su personaje llegaría a ser tan popular en la Cuba del nuevo milenio. Le avventure di Pinocchio, de 1883, parece escrita para Castro. Gogol multiplica el efecto en su genial cuento La nariz —tan elogiado por Harold Bloom—. La mentira ontológica centra la penosa analogía.

F. Castro

Cuando Castro ordenó restaurar el feo monumento a José Martí de la Plaza de la Revolución —¿cómo la rebautizaremos pronto?—, enseguida pensé que había elegido su tumba. Allí yacería el faraón, serpenteantes colas de fieles venerarían sus geniales despojos. Roto el sueño leninista, ahora sabe —"tras de mí el diluvio"— que sólo su ganchuda nariz quedará como analogía con la raspadura, como popularmente se conoce la crispada torre forrada en mármol gris ratón.

De sus mentiras —dignas del Libro Guinness de los récords— baste recordar que tras el paso del huracán Iván declaró en Pinar del Río que ningún país del planeta está mejor preparado que Cuba para los desastres naturales. Varios centímetros debió crecerle la estrecha nariz. Hasta la sobriedad de la CNN comentó la inexistencia de clavos y listones de madera para asegurar ventanas y puertas, salvo para centros turísticos y dependencias estatales. No había ni papel engomado para los cristales, aunque los pagaras en dólares…

Nadie le recordó que todavía miles de casas esperan las planchas de fibrocemento para el techo, tras el paso del ciclón Charly. O que los habitantes del arrasado pueblo pesquero de El Cajío están peor: Les aseguran que en tres años reconstruirán sus casas. Tres, número dantesco, múltiplo infinito. Un lastimoso pescador asegura que Castro nada sabe de su miseria. Y la nariz del Comandante siente el inevitable escozor en sus fosas, la prolongación múltiplo de tres del tiempo que —si el país no cambia el rumbo— tendrán que esperar los damnificados.

Pero entre alumbrones y agua con azúcar prieta pero sin hervir, entre la desaparición hasta de las aspirinas en las farmacias y velas recicladas, Iván no le dio el gusto a Castro de tener otro culpable del desastre. Fructificaron los ruegos a la Virgen de la Caridad del Cobre, que encabezara el cardenal Jaime Ortega. Al Lord of the Fly se le vio apesadumbrado, carente de otra excusa para exaltar el masoquismo, para incentivar la expiación de un pueblo que no ha sido digno del faraón caribeño y su pícara utopía; de la gente que se preocupa demasiado por la familia dividida, la inexistencia de estímulos para el trabajo y el Estado que reprime hasta un suspiro disidente.

'Los matices me aterrorizan'

Engrasado en los artilugios de la mentira, Castro suelta otra andanada contra Bush y las recientes medidas contra su anacrónico absolutismo. El embuste, sin embargo, no está en las críticas a una política discutible. Lo gracioso —da pena reconocerlo— es que de nuevo oculta una antigua satisfacción. Sin esa política made in USA casi nada podría justificar. David hubiera muerto. Las próximas elecciones de noviembre y la decisiva importancia del estado de Florida en ellas, le regalan el petróleo para su viejo motor. "Gracias por estirarme el chicle" —piensa el Comandante, y enseguida le da miedo: alguien puede captar su alegría—.

Ahora su nariz le da la vuelta al mundo. Los expertos del Guinness corren a registrar el récord. El regalito viene muy bien, ni uno de sus fanáticos del Moncada y de la Sierra Maestra, que disfrutan los privilegios históricos de ser históricos, ni uno de los altos oficiales que garantizan el nepotismo en las corporaciones de capital mixto, ni uno de los burócratas que le rodean pensando en que cuando muera habrá que contar con ellos, ni uno de los escasos viudos del 68 y del Che Guevara…, podría aparecerse con un obsequio más útil.

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