www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
México: Cincuenta y nueve flechas
por JOSé PRATS SARIOL
 

Hoy, martes 23 de noviembre, el escritor Raúl Rivero Castañeda cumple 59 años. Es la segunda ocasión que el cumpleaños le cae en prisión, a la sombra de Cuba. Las sombras suelen ser sitio de espantajos. Castro-espantajo delata la impotencia y fragilidad de su autocracia. ¿Cuánto miedo le provoca la palabra insubordinada?

¡Tanto! ¡2004 toneladas de miedo! El Espantajo amasa la certeza de que la menor fisura precipitará que el tanque estalle… La pesadilla se le aparece en el Palacio de la Revolución, cuando le impusiera la Orden José Martí al rumano Nicolae Ceausescu, que fuera fusilado hace 15 años. Hasta cuando recuerda a dictadorzuelos como Somoza y Pérez Jiménez. Hasta siempre, porque dicen que los ancianos suelen perder la distinción entre vigilia y sueño, y los dictadores —según Alejo Carpentier— mucho más, antes de precipitarse con un heliotropo a Perséfone, descender a los infiernos.

Raúl Rivero, sin embargo, hoy debe estar mucho menos triste que el Espantajo. Una vez me dijo que pagaba la deuda por haber creído, defendido un espejismo perverso. Exageraba, pero a la vez pulía, y muy bien, su alma sin dualidades, recargaba de girasoles la autenticidad que siempre lo ha caracterizado. A lo mejor hasta escribe un poema en su celda libre, pequeñita y calurosa, oscurita y a la vez llena de rosas como la de Silesius, de las que "florece porque florece".

Sin un gramo de miedo, muy cerca de Morón, donde naciera en 1945, en la cárcel de Canaleta en Ciego de Ávila, Raúl honra hoy a los mejores cubanos de nuestra atormentada historia. Y tan jovial como los cuentos que me hace su esposa Blanca Reyes de lo que conversa afable y sabio con los otros presos y algún pobre carcelero de los que cumplen el Servicio Militar Obligatorio. Me imagino que hasta cazando chistes, nuevas formas de sacarse la lengua ante el espejo que no tiene.

El Espantajo y su corte, sin embargo, no experimentan hoy el mismo día. Sus cuentas van a un debeque es síntoma exacto: Tener a un intelectual preso por lo que ha escrito siempre ha sido la prueba suprema no sólo de colapso, sino de delirio. Las velas que Raúl no apaga en el pastel que tampoco come es una sola en la mesa del Poder. La que llaman de velatorio.

La tristeza por tanto saborea su paradoja. Mientras nos entristece Cuba, mientras nos da pena que aún haya intelectuales en nuestro devastado país que sean capaces de esconder un caudillaje sin escrúpulos, mientras allá la sobrevivencia cotidiana se come todo el tiempo, se abre más la convicción de que asistimos a la escena final de una tragedia donde Macbeth no podrá ver los árboles avanzando hacia su castillo porque apenas habrá marabúes, casuarinas, palmas.

Hace unos días recibí un mensaje habanero. Un artista reconocido internacionalmente como de los pocos que aún aplaude al Espantajo, me decía que no tenía más remedio que mantener su farsa, que le perdonáramos la cobardía por su familia. Son muchos los recados similares. Son a veces increíbles. Shakespeare sonreiría ante los descarnes del alma humana. Y Raúl también sonríe como nunca, a pesar del infortunio, a pesar de meretrices, a pesar de la cierta demagogia de ciertos gobiernos. Sonríe y lee y escribe y va a recordar. Seguro que va a recordar, no para vengarse, sino para que nunca vuelva a suceder.

Sus más recientes poemas son todos de amor. ¿Haría falta mejor prueba de ánimo? Ya el Espantajo debe estar seguro de que no podrá quebrarlo. De ahí la furia grasienta, de ahí su negativa roñosa a liberarlo. Envidia al poeta los versos de hace apenas unos días, cuando recrea en Versión libre al Lobo y la Caperucita: "Nos queríamos/ hacíamos el amor/ en la cabaña de la abuela/ en pleno bosque/ con un cesto de mimbre/ sobre la mesa rústica/ que le daba a los besos un rumor de buñuelos".

La mejor prueba del desmoronamiento de la dictadura —y de sus voces, esas sí mercenarias— es precisamente la saña con que, aun teniéndolo injustamente encarcelado, insiste en calumnias propias de sí misma (baste recordar el entreguismo a la extinta URSS); en viejos errores que ahora recuerdan lánguidas asexuadas, abstemias nostálgicas de infidelidades; y en distinciones para oligofrénicos entre el poeta y el periodista, como si Raúl encarnara las dos mitades del personaje de Italo Calvino.

La mejor prueba del desespero es el odio que te tienen. Ese que tú, ni allí en la celda de máxima seguridad, sientes. Quizás porque ni odio merecen. Quizás para que tus poemas sigan como siempre en papel de hombre, sobre la tierra cubana de José María Heredia, que yo también contemplo desde el Teocali de Cholula; de Zenea y Casal y tu amigo Eliseo Diego… De Lezama, que alguna vez dijo que lo importante es la flecha y no el blanco.

¡Así que felicidades, Raúl, pronto juntos!

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