www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
La Habana: Titanic a la cubana
por IVáN GARCíA
 

Como el Titanic, el gobierno de Castro se hunde. Hay una imagen de ese episodio fatal que fue el hundimiento del trasatlántico en 1912, que guarda semejanza con la revolución cubana. Es la de una orquesta tocando mientras el buque se iba a pique. El régimen de La Habana rescata ese momento.

Banderitas
Banderas y eslóganes: La Cuba virtual.

El país está en quiebra total. Casi nada funciona. Salvo la represión. La moneda a la baja, la economía dando traspiés y la vida muy dura, pero los medios de Casto intentan vender optimismo. Como un gran coro, dirigido por el viejo gobernante de 78 años, toca una música tenue de fondo para no causar pánico y complacer a sus escasos seguidores de que la Cuba de Castro es lo más cercano al paraíso. Y sin sonrojarse declara que "somos el país más democrático del mundo".

Estamos al límite de la fe. Vamos camino a la tragedia cantando La Internacional. Al no haber debate, ni libertad de expresión, sólo nos queda la sala de la casa como tribuna para en las seis horas de apagón diarias que generosamente nos raciona el comandante único, hablar de la cáustica situación de la nación.

Lo peor es que no se vislumbra solución alguna con Castro en el poder. Vivimos dos discursos. El virtual, de los medios, que repite hasta el cansancio que se rompen todos los récords de producción, que hay un médico por cada 160 habitantes y que el cubano es un tipo culto y feliz. Y el real, el que vemos en las calles, de un cubano hastiado de la omnipresencia del Estado en sus vidas, y de la ruina material y espiritual. Vivir en la Isla es una tortura.

No es bueno aburrirle con más de lo mismo, como, por ejemplo, que más del 57% de las casas del país está en estado precario. Que comemos —si los parientes en el extranjero nos envían dólares— arroz, algún guisante y una vianda en el mejor de los casos. Que trasladarnos dentro de la misma ciudad demora entre tres y cuatro horas en infernales y calurosos remolques, conocidos en la Isla como camellos.

Que nuestro dinero es papel muerto. Que nuestros hijos se tiran al mar en cualquier cosa que flote para buscar el futuro. Que tras 45 años de castrismo no tenemos nada material. No podemos viajar al extranjero, navegar por Internet y ver televisión por satélite. Que el gobierno nos lo prohíbe. Como prohíbe también viajar a su patria a los cubanos que por razones políticas disienten del régimen.

Que hay miles de abuelos que no conocen a sus nietos o viceversa. Como el poeta Raúl Rivero, preso por 20 años por ser una pluma libre, y, ahora, con muchos kilos de menos, en una celda sucia de 2 por 3 metros, tiene que imaginarse a María Luna, su primera nieta.

Los cubanos tienen que pedir permiso para dejar su patria. Sí. Es potestad de Castro que puedan visitar o no el terruño donde nacieron, crecieron y amaron.

Si te llamas Carlos Alberto Montaner o Guillermo Cabrera Infante tienes que vivir del recuerdo y morir en otras tierras, porque tus ideas políticas no son del agrado de Fidel Castro. Miles de cubanos, como Celia Cruz o el escritor Jesús Díaz, descansan para siempre lejos de su patria. Es tanto el odio irracional que ni tan siquiera sus huesos pueden yacer en el país que los vio nacer.

No quisiera escribir más de lo mismo. Que los cubanos de hoy estamos hastiados de todo. Que cada día nos interesa menos lo que sucede en el mundo. Nuestra premisa es llevar comida caliente a la mesa e intentar vestir y calzar a nuestros hijos.

La revolución nos ha condenado a ser vegetales. A tener dos rostros. A tener miedo. A ser cobardes. A delatar. A no ser nuestros. En este hundimiento lento e inexorable de la revolución cubana se escucha la música de fondo y los eslóganes de socialismo y muerte. La revolución se va a pique. Y lo peor es que nos arrastra a todos.

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