www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
  Parte 1/2
 
El peso in-convertible
Dicho en buen cubano: la moneda de Castro no tiene vuelto.
por MIGUEL COSSíO WOODWARD, México D.F.
 

En el aeropuerto de Praga, antes de que San Wenceslao bendijera el terciopelo, había una camarera que parecía tener una veloz calculadora en la cabeza. Usted podía pagar su litro de Pilsen lo mismo en coronas que en rublos, zlotys, forintos, marcos, levas, supongo que también en yenes, todo menos en pesos cubanos, y ella era capaz de hacer la conversión en un segundo, devolviéndole la parte correspondiente en la moneda de su preferencia.

Perrito
Imaginación callejera: ¿un perro que reconoce los pesos convertibles?

Después del consabido extravío de las maletas —siempre se perdían en aquel lugar—, y con unos cuantos vasos de cerveza entre pecho y espalda, no se sabía cuál era la tasa de cambio que aplicaba la por demás hermosa dependienta. Pero lo importante era que las escasas monedas que uno llevaba tenían, sorpresivamente, un valor de cambio, podían transformarse en bebida o en la apetitosa salchicha que por supuesto no había en la Perla de las Antillas. Desconozco si ese cambalache era legal o ilegal bajo el régimen de Gustav Húsak, pero guardo la memoria de aquellas dos rubias —cerveza y mujer—, que hicieron soportable las friolentas esperas de un avión.

En la entonces llamada comunidad socialista no existía, sin embargo, una verdadera convertibilidad entre las diferentes monedas. En Moscú, como en las demás ciudades de la Europa Oriental, había tiendas especiales donde sólo circulaba la "moneda dura", esto es, capitalista, y se compraba lo que ni por asomo aparecía en los almacenes del Gum. Durante la mayor parte del tiempo que viví en Cuba, no hubo ni siquiera esa posibilidad: la tenencia del dólar era un delito y los rublos sobrantes de cualquier viaje oficial se tenían que devolver puntualmente a la administración estatal.

El peso cubano era no sólo inconvertible, sino también impermeable ante cualquier moneda extranjera. Aun así, sé de buena fuente que unos avispados compatriotas lograron convencer a unos no menos avispados comerciantes en el barrio bravo de Tepito, en la Ciudad de México, para que les vendieran jeans en auténticos pesos cubanos, contantes y sonantes. Nunca me enteré cómo los cambiaron a su vez los mexicanos.

Más adelante, cuando íbamos de vacaciones a la Isla, teníamos que cambiar dólares por billetes emitidos por el Instituto de Turismo, supongo que en violación de cualquier ley de un banco nacional que se respete. Debíamos gastarlos íntegramente o regalarlos antes de irnos, porque sólo tenían validez en el territorio cubano.

Cantinfleos en la política económica

Finalmente se permitió la libre circulación del dólar norteamericano y algún economista, en la más rancia tradición soviética, reinventó el peso convertible, de manera que el país tuvo, en vez de una, tres monedas de validez oficial, lo que no deja de ser un dato interesante en la historia monetaria internacional. Era mucho más de lo previsto por John Maynard Keynes, cuya teoría, si bien deformada, parece inspirar los cantinfleos de la política económica cubana. En un arranque de profundo nacionalismo, según plantea el presidente del Banco Central, se acabó con tamaño dislate, y ahora sólo existirá el humilde peso tradicional y el reluciente peso convertible.

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