www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
La Habana: El principio del fin
Castro en el suelo: El peso de los años y la ruina de una nación.
por ORIOL PUERTAS
 

Las fotos congelan ante los ojos del mundo la imagen de su cuerpo tendido. Los vídeos, grabados a escondidas en un cuarto de hotel o casa con antena ilegal, propagan la visión de una ruina parlante que cae. Hay miles, cientos de miles de personas que jamás lo imaginaron así, pero ahí está, tratando de imponerse a lo que él mismo debe suponer como inminente: el principio del fin.

F. Castro
Desencaje facial de Castro: ¿primera huella del mal paso?

Fidel Castro no quiere saber que quienes venimos del polvo hacia el polvo vamos. Definitivamente y sin remedio. A él siempre le ha preocupado más el cielo de las imágenes que la condición rabiosamente telúrica de los orígenes del ser. Por eso, lo primero que le sale decir después del ridículo de una aparatosa caída es que desea ver su propia torpeza en primera plana.

Lo más triste de tener que soportar a un soberbio en declive es ponerse a imaginar que las cosas pudieron ser de otra manera. Que la vida a veces pone trampas. Que los dioses se distraen jugando a los azares. Fidel Castro no quiso jamás para sí la lucidez del cambio a tiempo, ni siquiera el cambio controlado. Optó por el camino más simple, que suele tornarse irremediablemente en el más difícil: el poder para él solo hasta morir de viejo.

Es por ello que debe pagar el horror de saberse perseguido por el ojo de una multitud que se asoma a sus discursos y apariciones públicas, sólo para no perderse otros desmayos o caídas.

Es el precio de sembrar odios y prodigar división y muerte. Celebrar medio siglo subido a las pasarelas de la política tiene esos riesgos. Quizás también por eso la primera queja de cualquier funcionario del régimen sobre la recepción internacional de lo que sucede en la Isla, sea que los reportes de prensa obvian destacar "programas" y "logros" importantes, según esté su retórica ese día, y todo lo reducen al viejo tema del ocaso del héroe/protagonista. Con otras palabras.

Castillo de naipes

La imagen de Fidel Castro precipitándose al oscuro y húmedo pavimento de la plaza de Santa Clara dura apenas unos segundos. Puede incluso hasta calcularse de acuerdo con su peso y la constante de la fuerza de gravedad. En apenas unos segundos puede desmoronarse también como rascacielo de naipes la pretensión de inmortalizar su caprichoso proyecto de poder personal. Tiene pies de barro y dos rodillas que multiplicarán por mil los ocho fragmentos de una rótula hastiada por el peso de la Isla.

No creo que nadie desee que un inocente escalón sea el encargado de impartir justicia en el lamentable caso de un tirano totalitario. Si es tenaz su mano de gobernar, más tenaces suelen mostrarse las posibilidades de cambio o transición. La historia es pródiga en ejemplos. Y todo por la sencilla razón de que no hay ser humano capaz de entablar la partida del mal más allá de los cien lances.

Fidel Castro sobrevivió de milagro a los locos disparos del Moncada y bajó sin rasguños de la Sierra. En sus memorias, Hubert Matos narra la preocupación del líder guerrillero por conservar la vida sacándole el cuerpo a combates y bombardeos. Es proverbial el despliegue de seguridad cuando viaja al exterior, e incluso cuando se mueve dentro del país. Ha montado escenas como la de Panamá, en la Cumbre Iberoamericana de 2000, para intentar atrapar a quienes jamás han podido lanzarle ni una cáscara de naranja.

O sea, Fidel Castro invierte mucho en cuidados. Se desvive por llegar sano a la posteridad, acaso para enterarse qué rayos dicen de él los diarios del futuro. Lo que quizás no imaginó nunca es que llegaría a gobernar sentado sobre un sistema tan frágil como un par de piernas, que cuando fallan ponen a fallar un castillo de aspiraciones personales.

Ese hombre que ahora está en el suelo ya no será el mismo. Los años pesan demasiado. Las ruinas de una nación también. Queda por ver la huella definitiva de este mal paso en su próxima aparición pública, lo cual es similar a decir en el futuro de este feudo suyo que llamamos país. ¿Silla de ruedas? No podremos saberlo por el momento. Lo único que parece más claro es justamente eso: que el fin ha comenzado y del modo más insólito y sorpresivo. Debe ser la vida que pasa esas cuentas.

Nos aterra la imagen de este hombre con el rostro cruzado por el dolor, aspirando a la gloria dudosa de unas cámaras de televisión. Y nos aterra sobre todo porque este es uno de esos trágicos momentos de nuestras pobres existencias en los que tenemos la total certeza de que han estado tomándonos el pelo durante más de medio siglo. A todos juntos, a mi generación y a la de nuestros padres y abuelos. Que nos convirtieron en piezas de un patético retablo bajo flashes de terror.

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