www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
La Habana: Elogio del apagón
por RAFAEL ALCIDES
 

No digo que se hayan cerrado los caminos de la salvación del hombre en los países industrializados, pero sí digo que ese infeliz está agonizando de civilización. No camina con sus piernas como no sea para subir al auto, no necesita usar su memoria puesto que en la Encarta de su ordenador hallará todos los conocimientos, récord y datos acumulados por la humanidad hasta hace cinco minutos; su comida, casi toda, es enlatada. Más que casa, el lugar donde vive parece un laboratorio, y él, sin su fax, su e-mail, la fatal computer —a través de la cual le roba el alma Internet—, se sentiría perdido.

Apagones
Apagón en La Habana.

Caído en las garras del Lucifer moderno de las tecnologías, tan desligado de su medio natural vive, que cuando en un día de Navidad se topa en la mesa con una manzana, una pera, una uva o un simple huevo, le parecen menos misteriosos que su reloj digital de última generación con televisión y ordenador incluidos.

Ese hombre está falto de un apagón.

Pero de un señor apagón. Un apagón revitalizador, iluminador, que le permita ver el cielo que los edificios cada vez más altos han terminado convirtiéndole en una raya tan estrecha que ni siquiera a mediodía le deja enterarse de que el sol aún existe.

El vital hombre cubano, en cambio, necesitado de todo, es cierto, viviendo en mezzanines improvisados con cuatro tablas, en casas que por falta de mantenimiento en estas últimas décadas no se han caído de milagro, y hoy, además, amenazadas por la Ley Helms Burton, que hasta al disidente de ayer lo ha llevado a cerrar filas junto al gobierno cubano para que no le quiten su mezzanine. Ese hombre, hasta astrónomo se ha hecho de tanto escrutar el cielo cuando llega el apagón.

Con más elocuencia y rigor que cualquier egipcio de la época del tercer imperio, un niño cubano podría hablarle a usted de Casiopea, de la constelación de Tauro, de Alfa de la Vega o del cinturón de Orión.

Pero en el cielo no sólo hay estrellas —cosa que también ha olvidado ese ser agonizante de civilización del que hablábamos—, ya que al llegar la noche las luces de la ciudad le impiden verlas, y cuando viaja por las autopistas en su coche último modelo va tan ocupado pensando en las inversiones, compras de nuevos seguros de vida y demás proyectos que tiene en mente para el año que viene, que tampoco puede verlas. En el cielo hay también una luna por la que todavía no hay que pagar por mirarla y que es una fuente de belleza más valiosa, e inspiradora, que todo el oro que aún queda en Fort Knox.

Permite, además, el apagón dedicarse a la meditación con un fervor propio de monje del Medioevo y obtener, de los frecuentes estados de éxtasis que dichas meditaciones proporcionan, interesantes noticias del porvenir. Como parte de dicha dádiva, descubriremos en nosotros sorprendentes potencialidades, y aun sentidos —sentidos, sí señor— cuya existencia por desdicha ignorábamos y que en otra ocasión examinaremos.

Claro está, muy cautos hemos tenido que ser los cubanos, y aun misteriosos, en cuanta información se refiera a los mencionados bienes físicos y espirituales "derivables" del restaurador apagón. Hasta en las cartas a aquellos íntimos muy íntimos que nos compadecen por esos días y noches sin luz eléctrica que en nuestro país duran ya más de cuatro décadas, hemos tenido que callar y dejar sufriendo a esos seres queridos al imaginarnos sufriendo ellos.

Pues, ni que decirlo, de conocerse nuestra inenarrable dicha, enseguida se echarían sobre las costas cubanas oleadas migratorias tan numerosas —llegadas, unas, en lujosos yates, otras, en frágiles balsas con toda la familia, y aun osados navegantes solitarios aferrados a un triste zapato Adidas— que nuestras actuales dificultades económicas nos impedirían acoger.

Mientras llega ese solidario día en que al fin poder poner a disposición de cuantos en el mundo lo deseen también esta dicha inmensa del apagón con que el "Enemigo" nos ha premiado, sigan esos infelices agonizantes del primer mundo, impenitentes enfermos de civilización, rodando sus coches de marca, vistiendo, comiendo y engordando, lo que de todos modos —como me decía ayer un viejo comunista que sabe disfrutar el apagón— se ha de comer el gusano.

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