www.cubaencuentro.com Domingo, 02 de enero de 2005

 
   
 
Barcelona: El diablo
Evocación de Satanás: en La Habana, una escultura en los jardines interiores del Capitolio, y en la Ciudad Condal señorea la montaña del Tibidabo.
por MANUEL PEREIRA
 

Y hablando de monumentos, La Habana atesora una de las estatuas más misteriosas del mundo. Es un diablo de bronce. Un ángel rebelde que levanta el puño al cielo. No hay que pensar en una criatura con cuernos, rabo y pezuñas. Es un serafín desnudo, de complexión atlética, con alas de Arcángel. Está medio escondido en uno de los jardines interiores del Capitolio. ¿Desde cuándo está ese diablo allí legislando en secreto?

Capitolio de La Habana
Escultura del diablo, Capitolio de La Habana.

La Iglesia se ha dedicado durante siglos a impedir que se hagan estatuas de Lucifer en todo el planeta. El diablo siempre ha tenido más suerte en pintura (El Bosco, Miguel Ángel, Brueghel el Joven, Goya… lo han pintado) que en escultura. Que yo sepa, sólo hay dos esculturas públicas de Satanás: la nuestra del Capitolio y otra del Ángel Caído que está en Madrid, en el parque del Buen Retiro.

Por supuesto, en mis exploraciones barcelonesas siempre buscaba al diablo. Tenía que haber un demonio en la Ciudad Condal, no era posible que faltara ese elemento para completar el palimpsesto hasta en sus más mínimos detalles. Pero en esa búsqueda me frustraba una y otra vez.

Cuando ya casi me había dado por vencido, un día subí en el funicular al Parque de Atracciones que está en el Tibidabo, la montaña que señorea la ciudad. El parque de atracciones es de 1908. Cerca se levanta el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, de 1902-1911. Hasta aquí, nada diabólico. Más bien al contrario, devoción y niños divirtiéndose en la montaña rusa.

Pero de pronto me llamó la atención esa palabrita: "Tibidabo". Proviene del latín tibi dabo, lo cual significa "te daré". Y esa montaña se llama así porque desde allí se dominan las mejores vistas de la ciudad y, por tanto, evoca las tentaciones de Cristo cuando el diablo le ofreció el mundo desde una montaña. El Príncipe de las Tinieblas le mostró a Jesús todos los reinos del mundo y le dijo: "todo esto te daré si de hinojos me adorares".

Así que allí estaba la montaña del diablo, el Tibidabo. No había encontrado su estatua por ninguna parte, pero sí su paisaje favorito, una cumbre desde donde se ve todos los esplendores de la Ciudad Condal.

En el Tibidabo recordé cómo descubrí la estatua de nuestro demonio capitolino. Fue allá por el año 1962, cuando yo estudiaba ruso en el Capitolio, convertido por entonces en la Academia de Idiomas "Jan Amos Comenius". El aula estaba en un segundo piso, el profesor nos dictaba un ejercicio del Manual de Lengua Rusa, de Nina Potapova. Mi pupitre estaba junto a la ventana en la que me asomé durante el receso. Entonces descubrí allá abajo al diablo gritando al cielo, alzando su puño colérico.

Cada vez que subo al Tibidabo, a unos 532 metros sobre nivel del mar, es como si estuviera de nuevo en aquella aula del segundo piso del Capitolio. A veces la niebla envuelve la cumbre y apenas pueden verse los aparatos del Parque de Atracciones a pocos metros de distancia. Entre la bruma se adivinan algunos destellos de la ciudad. Todo allá arriba se convierte en una fantasmagoría.

En medio de la neblina, asomado al abismo, suelo preguntarme: ¿por qué será que la revolución nunca quitó del Capitolio esa estatua del diablo?, ¿por qué no la derribó como hizo con tantas otras? ¿Será porque el Diablo en persona sigue legislando en la Isla? ¿Está realmente la Isla del Diablo al norte de la Guayana Francesa? ¿De verdad está en Cayena esa isla de la que Papillón escapó en una balsa de cocos? El diablo sabe mucho más de historia que de geografía. O bien trastorna la cartografía en nombre de la historia.

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