Al primer golpe de vista sobre los tejados desde el mirador del Dom (catedral), la increíble profusión de torres de iglesias góticas y románicas, además de los más sobrios templos evangélicos, ha inducido a más de un visitante moderno a tomar a Colonia (un millón de habitantes) por una ciudad beata. Y hay que reconocer que, aparte de la arquitectura eclesiástica, sobran razones para llevarse esa falsa impresión. La primera son las enormes dimensiones, y el bello y complejo diseño de la catedral misma.

Catedral de Colonia, en vísperas de la Jornada Mundial de la Juventud Católica.

Parado por primera vez al pie del pórtico principal en 1991, experimenté una sensación de vértigo y fascinación que apenas disminuyó al penetrar en la nave central (144 x 46 x 43 metros) o contemplarla por el fondo desde el cercano embarcadero del Rin. Hoy, aunque ya más acostumbrado a su majestuosa omnipresencia, tampoco deja de impactarme cada vez que la veo. Y es que tanto por dentro como por fuera, por cualquier lado que se lo mire, el edificio parece aplastar al observador por su casi absurda monumentalidad a la vez que lo deslumbra por su belleza arquitectónica.

Tal es la altura de la catedral que, contra lo que se lee en algunas guías turísticas, no sobrevivió "por puro milagro" a los 200 y tantos bombardeos que arrasaron el resto de esta antigua colonia romana (de ahí su nombre), sino más bien por el mero hecho de que en los días nublados sus torres servían de orientación a los pilotos aliados. Un milagro risueño en el que los adultos no creen, pero ciertamente hace las delicias de los niños, es el Relicario de los Tres Reyes Magos, donde supuestamente yacen los restos mortales de estos personajes bíblicos desde que fueron traídos a Colonia en 1164 por orden del káiser Federico I, más conocido por Barbarroja. De ahí nace la idea de la construcción de la gigantesca catedral gótica.

Desde luego, hay sucesos milagrosos algo más serios y no menos impresionantes, como la leyenda de la pasión de Santa Úrsula (nada que ver con las ursulinas), una de las once, u once mil, vírgenes masacradas por los hunos allá por el siglo IV d.C, al regreso de una peregrinación a Roma. Según la leyenda, al levantar los cimientos de la iglesia homónima en el siglo XII, los albañiles se toparon con los esqueletos de las doncellas.

¿Ciudad devota?

Y hablando de vírgenes, paso a ilustrar lo dicho sobre la falsa imagen de Colonia como ciudad devota, cosa que a buen seguro debió ser en el pasado, pero poco a poco empezó a dejar de ser a raíz de la Revolución de Marzo de 1848, de la llamada Kulturkampf (Batalla Cultural) de Bismarck entre 1871 y 1878 por la separación de la Iglesia y el Estado, y del ascenso de Adolf Hitler con su ateísmo fascista. Hasta que, tras un breve revival católico después de la Segunda Guerra Mundial, las atestadas vidrieras del "milagro económico alemán" y la generación del 68 le dieron prácticamente el tiro de gracia a la fe en la iglesia de Pedro a orillas del Rin.

Cuenta la leyenda (y un jocoso monumento en Ubierring) que cuando las belicosas legiones romanas comenzaron a vadear el Rin, las tribus ubias de la orilla oriental enviaron a recibirlos a un enjambre de rubias doncellas germanas que apaciguaron con sus encantos naturales el furor guerrero de los conquistadores.

Cierta o falsa, esta deliciosa bienvenida a huestes enemigas no pone muy en alto que digamos la castidad de los primitivos colonenses, pero sí dice mucho de su índole pacífica, rasgo que desde que Colonia confraternizara también con las huestes de Bonaparte, les ganó a sus habitantes (y a los de toda Renania) la desconfianza de la casta militar prusiana, al extremo de que la monarquía guillermina primero y el Tercer Reich después prohibieron la formación de divisiones compuestas totalmente por soldados y oficiales renanos.